Un interrogatorio policial que trata de esclarecer la mayor matanza sucedida en Australia y el juicio por violación de La Manada son los hechos reales que conforman “Port Arthur” y “Jauría”. ¿Si no hay heridas no hay teatro?
Hay que escarbar en ellas para llegar al alma humana.
El Pavón Teatro Kamikaze apuesta por un programa doble de teatro. Si algo caracteriza a los kamikazes es el riesgo que asumen. Por los temas que se tocan, ¿ha sido ese riesgo esta vez más alto? ¿Qué les llevó a tomar la decisión de ir adelante con este proyecto?
No elijo los proyectos por lo arriesgados que sean sino por el poder de la historia que contienen. Busco montajes con los que sentirme profundamente concernido. Por eso no tuve duda en lanzarme con Jauría.
El día que apareció el cartel de “Jauría” alguien escribió sobre él: “Fuck monetizar los dramas”. ¿Qué les diría, qué les dice, a aquellos que cuestionan si es necesario convertir en espectáculo dos casos tan duros? ¿Por qué estas obras son oportunas y no oportunistas?
Quien escribió eso en la fachada del Teatro Kamikaza es alguien que, evidentemente, no va al teatro. El teatro, como dijo Strindberg, debe mirar donde los demás apartan la vista. Hablar sobre lo que nos perturba siempre es oportuno y, por supuesto, siempre es materia teatral.
A tenor de las críticas, hacernos reflexionar sobre nuestro papel como ciudadanos está siendo un acierto, pero ¿cómo ha sido el camino hasta llegar aquí? ¿Qué nos sucede cuando asistimos a una ficción teatral que cuenta con unos personajes que existen o han existido? ¿Estamos dispuestos como espectadores a dejarnos llevar y entrar en el juego?
Jauría es una ficción, apuntamos que una ficción documental porque parte de un material real, aunque es evidente que ya hay una mirada desde la elección de los fragmentos que se dicen y los que no, y la puesta en escena que no tiene ninguna vocación de realidad. Aun así, creo que el espectador, al igual que todos los que hemos estado envueltos en el proceso creativo tenemos muchos más problemas para evadirnos, para poder escaparnos pensando “es solo teatro”. Ella es real, su dolor es real y llega como un mazazo que te hace tambalear.
Sigamos hablando de heridas, de hechos que nos remueven como seres humanos, como ciudadanos y como sociedad. ¿Qué es “Jauría”, a qué nos enfrenta este texto, cuáles son las heridas que han de sanarse?
Siglos de machismo, de normalización de una serie de comportamientos deleznables. Como dice la antropóloga Rita Segado, la complejidad es mayor cuando se trata de contemplar como un delito algo que hasta ahora ha sido una costumbre.
Háblenos un poquito de su puesta en escena. ¿Cuál es su apuesta, qué vamos a ver?
Necesitábamos darle una enorme teatralidad a un texto en principio muy árido y que llevaba a cualquier que lo leyera a intentar alejarse. Había que coger al espectador por el cuello y no soltarle hasta el final. Eso es lo que hemos intentado con un riguroso planteamiento rítmico.
¿Y sobre sus actores, qué nos diría?
Siempre me gusta trabajar con profesionales concernidos, pero era muy consciente de que este no era un montaje cualquiera. He tenido los mejores compañeros de viaje posible. Un viaje doloroso pero profundamente revelador. Son una compañía de excelentes actores que además son buenas personas.
Vamos a convertir ahora a Miguel del Arco en espectador del trabajo de su compañero David Serrano y sus actores, en crítico de lujo. ¿Qué diría su reseña de “Port Arthur”?
Creo que el trabajo que ha hecho David es prodigioso. Ha convertido un interrogatorio donde, sobre todo, existe la desesperación de dos policías que intentan abrir una brecha en la cabeza de este singular personaje en una hipnótica función que parece escrita por el mejor Mamet. Joaquín Climent y Javier Godino están estupendos, pero lo que hace Adrián Lastra es algo fuera de serie.
¿Cómo fue ese trabajo de abordar a los personajes en los ensayos? ¿Se trabaja de algún modo de forma diferente cuando uno sabe que esos personajes han sido personas y, además, igual hasta tenemos una opinión previa, fundada o no, de ellos? ¿Ha sido necesario hacer ejercicios de honestidad concretos?
No quise que hicieran ningún tipo de copia sobre el original. Solo teníamos material audiovisual sobre ellos y me pareció más interesantes configurar nuestra propia verosimilitud a partir estrictamente de las palabras que pronunciaron y la dramaturgia de Jordi Casanovas. Y claro que hemos tenido que hacer ejercicios de honestidad, algunos realmente sorprendentes en hombres como nosotros, progresistas y feministas que, antes de empezar pensábamos que estábamos a salvo del machismo. Y no, no lo estamos. Hemos sido educados en una sociedad machista y aún nos queda mucho lastre que quitarnos de encima.
Dice Mayorga que el teatro debe coger el ruido del mundo y convertirlo en poesía. Y eso es lo que pretendían y lo que, parece, han logrado. ¿Orgulloso?
Orgulloso de haber vencido todo ese ruido que tuvimos desde el principio y haber seguido la intuición de montar esta función. Orgulloso de haber hecho oídos sordos a los comentarios de las diferentes cavernas. Está siendo muy emocionante por muchas razones y una de las principales es la campaña escolar. Escuchar en el Teatro Kamikaze a chicos y chicas de entre 14 y 17 años emocionados tras la función y posicionándose con una informadísima vehemencia contra la violencia machista es algo muy, muy emocionante.