Dice que cada nueva obra es un intento por entender algo más acerca del teatro y también acerca de la vida. ¿A qué le ha dado un poco de luz con “Los gestos”?
En cada obra lo que intento entender es cómo habla el teatro, no usar el teatro como un instrumento para decir cosas, sino ver qué cosas nos dice el teatro o qué nos hace por su propia naturaleza. Y si hay algo que se ha puesto de relevancia en estos ensayos, es la importancia de poder ver en el teatro el diálogo de todo lo que lo compone. Fundamentalmente la presencia humana, pero también la presencia de las cosas, de la luz, la relación entre todos los elementos que se van provocando y tensando y haciéndose cosas en cada función. En vez de un teatro solamente antropocéntrico o ‘actorcentrista’, un teatro que dé cuenta de la música, del ritmo, de las formas y de todo lo que en el teatro se reúne.
Llenamos la vida de palabras. ¿Deberíamos, como usted, poner el foco en los gestos?
No me gusta pensar en el teatro en términos de su función didáctica, que puede tenerla, pero no es por ahí por donde me gusta entrar. Me interesa cada vez más observar el cuerpo, ver las cosas que pasan en el cuerpo y que no podemos terminar de capturar con palabras.
¿Qué le inspiró la escritura de esta obra?
En general, las obras siempre aparecen, o me pasa que aparecen, en una anterior. Cuando ensayábamos “Cuerpo de baile” había una escena donde los gestos no coincidían exactamente con lo que estaba pasando, se quedaban como suspendidos o congelados más rato de lo habitual y eso generaba un extrañamiento. Ese fue el puntapié inicial. Después estrené “La voluntad de creer”, una obra organizada hacia un fin, empezamos a crearla desde el final, y también pasa que con la obra siguiente a uno le apetece hacer algo bien distinto, ir en otra dirección.
Topazia hereda una sala circular y quiere abrir un bar. En realidad, quiere volver a actuar. Sergio la ayuda. Aparece un hombre. Un pianista joven. Una bailarina vieja. ¿De qué habla “Los gestos”?
Siempre me gusta descubrir los temas de la función por lo que el público me cuenta. Nunca empiezo a escribir pensando “Voy a hacer una obra sobre la amistad o la violencia o las relaciones familiares” y luego termina habiendo en las obras amistad, violencia, relaciones familiares (risas). Me interesa poner en tensión la literatura con, por ejemplo, un procedimiento. En este caso, los materiales primeros de la escritura fueron la idea de poner el foco en los gestos y el procedimiento de la repetición y a partir de ese cruce, es decir, de hacer gestos, repetirlos y moverlos de su sitio, empezamos a plantear situaciones y cruzarlas con textos que había escrito previamente.
¿Cómo son los personajes que habitan esta historia?
Son personajes muy curiosos, que siguen unas lógicas que no tienen que ver con la de causa y efecto, que están atravesados por unos gestos que, a veces, ni ellos mismos comprenden. Después de pasar un tiempo trabajando una obra los personajes, que no son otra cosa que el equipo inter-nando unas palabras que antes eran ajenas y ahora son propias, van generando en mí un gran afecto y ahora solo quiero cuidar-los y espero que los traten bien (risas).
Ellos y ellas son Elena Córdoba, Manuel Egozkue, Fernada Orazi, Emilio Tomé y Nacho Sánchez. ¡Menudo reparto!
El reparto es extraordinario. Gente a la que admiro profundamente. Me parece un privilegio y una suerte poder contar con un equipo tan extraordinario.
A muchos fue La Mirador quien nos descubrió a quien ya es uno de nuestros autores favoritos. ¿Qué hay del Pablo de 2014 en el Pablo de una década después?
El deseo de seguir haciendo teatro.
Hablamos de gestos, pero las palabras… Dice: “Es más fácil llevar gente a un bar que a un teatro (…) una caña no defrauda”.
Yo creo que una caña siempre será una caña y al que le guste tomarse una caña se pide una caña y satisface su deseo con la caña. A los que nos gusta el teatro, vamos al teatro y rara vez satisfacemos nuestro deseo de teatro, pero cuando el deseo es satisfecho, es decir, cuando aparece algo que tiene que ver no con lo que buscábamos, sino con aquello que pasó alguna vez y queremos reencontrar y cuando lo reencontramos es siempre distinto la experiencia es mucho más gozosa y mucho más inolvidable que la de una caña.
“El orden de las escenas puede cambiar”. Autoadvertencia del autor para el director. También ha escrito: “La dramaturgia se iba tejiendo cada día sin saber de antemano qué cosa sería la obra”. ¿Cómo se llevan el Pablo Messiez autor y el Pablo Messiez director?
Son la misma persona (risas), así que no se llevan de ninguna manera, son la misma persona. ¿Cómo se lleva uno con uno mismo? Me cuesta pensarme así, separado. Bien y mal.
¿Y en qué más anda?
Voy a volver a actuar, que me hace mucha ilusión, en “Misericordia”, el texto nuevo de Denise Despeyroux, que se va a estrenar en el Teatro Valle-Inclán, en la sala Francisco Nieva del Centro Dramático Nacional. Tengo muchísimas ganas de volver a actuar. Y luego empezando a imaginar algo a cuatro manos con Pablo Remón para 2025.