¡Por fin, el Teatro de la Zarzuela vuelve a subir a escena esta joya de Albéniz estrenada hace 128 años en este mismo escenario! ¿Qué importancia tuvo en aquel lejano año 1894, cuáles fueron sus logros entonces?
¡Tenemos muy poca información de lo que pasó esa noche! De hecho, se sabe que se estrenó en castellano pero se perdió esa versión. La obra original la escribió Albéniz para un texto original en inglés que se estrenó en Londres y luego hubo esta versión en castellano que se estrenó en La Zarzuela, pero se perdió y prácticamente no hay reseña alguna. Así que esta nueva producción de ahora es casi casi un estreno, de hecho se ha tenido que volver a traducir todo desde cero.
Yendo al momento actual, a esta novísima producción que usted dirige y adapta: ¿qué historia propone “The Magic Opal” y de qué manera lo hace?
“The Magic Opal” es una especie de flauta mágica española, por así decirlo. Es una obra que habla de un ópalo mágico como dice su título, de una pieza maravillosa, de un anillo que, aquel que lo posee, posee también el amor absoluto. Es decir: cualquier persona que te toca estando tú en posesión del anillo cae rendidamente enamorado de ti. Esto, traído a la contemporaneidad –y a mí siempre me interesa hablar al espectador desde el hoy y con los referentes contemporáneos– nos habla de la banalidad del amor, de cómo la gente prefiere luchar por conseguir un ópalo en lugar de trabajar por conseguir el amor auténtico. Yo lo llevo a hacer una reflexión sobre nuestra sociedad capitalista en la que todo se compra y se vende, incluso el amor. Pero lo hacemos en tono de comedia, que es lo que marca la pieza. Con una sonrisa, miramos nuestros comportamientos más bestias cuando estamos delante del amor.
¿Qué otros temas plantea la obra y qué guiños de actualidad añade?
Como siempre, todo el teatro es metafórico y metonímico, entonces uno puede encontrar prácticamente cualquier cosa. Si bien los grandes temas son el amor y el capitalismo, al final nosotros hemos hecho una adaptación en la que hemos transformado todo el espectáculo en un juego por conseguir el ópalo. Y ahí, en ese juego que podría ser desde un reality de televisión hasta un “Humor amarillo” o un videojuego, nos caben todos los comportamientos humanos de cuando dos personas concursan por conseguir algo. Ahí sale lo mejor del ser humano –que es la colaboración, la empatía, el trabajo en equipo o la ayuda– y también lo peor, que es cómo pueden llegar a matarse por conseguir el ópalo mágico. Me atrevería a decir que en esta comedia está representado el ser humano en toda su integridad.
¿Cómo es el novedoso maestro de ceremonias que incorpora esta nueva versión del clásico?
A mí siempre me gusta añadir un plano en escena a la obra original. Un plano que, en este caso, es inventado y que me sirve para explicar la función desde otro punto de vista. Aquí entra el maestro de ceremonias que hemos llamado Eros XXI, el nuevo dios, el nuevo líder del amor contemporáneo. Es la persona que organiza este juego, el que está en posesión del ópalo mágico y lo pone en circulación. Es casi un personaje de cabaret, muy cercano, tiene que ver con el presentador de televisión, con el youtuber, con el showman. Da mucha vitalidad al espectáculo y pone en marcha toda la maquinaria del juego.
¿Qué hay del resto de personajes?
Tenemos a los jugadores y a los no jugadores. Los primeros son cuatro parejas que entran en el juego, personajes de toda condición y representan toda la paleta de edades, condiciones sociales, ideologías… un espectro muy amplio en el que queda reflejado cómo toda la sociedad se comportaría dentro de ese concurso por encontrar el ópalo mágico. Además, tenemos un espectro de 12 actrices y actores en el reparto a los que llamamos ‘los opalines’, que son una especie de trasunto de Cupido. Son unos cupidos modernos y contemporáneos, un elenco de diferentes disciplinas, porque hay acróbatas, actores, bailarines… ¡y dan muchísimo dinamismo al espectáculo!
¿Qué elementos escénicos y audiovisuales lograrán llamar la atención del público?
La puesta en escena es de gran contemporaneidad, muy tecnológica, de hecho, el espacio escénico es un cubo blanco lleno de proyecciones audiovisuales, mapping, efectos de sonido y de vídeo. Veremos cómo ese espacio se va transformando: las paredes y los techos se mueven creando cientos de espacios distintos donde, por encima de todo, predomina la idea de jugar con los personajes, con las expectativas y la imaginación del espectador, con proponerle juegos visuales ingeniosos de inteligencia. ¡Es un espectáculo extremadamente juguetón!
En su opinión, uno de los pasajes más divertidos de la pieza se produce…
Cuando el autor Albéniz pone un ballet (ya bien entrado el segundo acto), porque nosotros hemos aprovechado esa música de ballet para presentar a todos los personajes en el peor momento de su paso por el concurso (risas). Vemos durante tres minutos una especie de coreografía de cine mudo con los personajes completamente sobrepasados por las expectativas. Esto resulta realmente muy muy divertido.
En definitiva, ¿por qué recomienda este estreno a los amantes de la ópera y del teatro en general?
Primero, porque es una ópera de Isaac Albéniz, ¡poca broma! Uno de nuestros compositores más importantes del siglo XX. Segundo, porque se lo van a pasar muy bien y yo creo que estamos en unos momentos complejos, saliendo de la pandemia, que es muy necesario encontrarse con los teatros llenos de gente y disfrutar. Es importante que encima del escenario haya reflexiones profundas, que no haya banalidad, que haya mucho trabajo, pero también que todo eso se pueda vivir desde el patio de butacas de una manera divertida, con una sonrisa. Y tercero, porque van a ver un espectáculo, me atrevo a decir, de grandísima calidad. La Zarzuela está haciendo un trabajo extraordinario para hacer un espectáculo casi como si fuera un musical de Broadway donde en cada minuto suceden cosas, donde el ritmo es trepidante y donde vamos a mantener al espectador en su butaca con un cinturón de seguridad puesto porque… ¡vienen curvas!