Entrevista a Sergio Adillo en Los jóvenes de la escena

 De él han dicho que dará que hablar tarde o temprano. Le hemos visto, entre otros, en la serie “Amar es para siempre” y en “Farsas y églogas” y “Auto de la sibila Casandra” de Nao d’Amores.
 
¿Cuándo y por qué decidiste ser actor? ¿Tenías o tienes un plan B o ni te lo planteas?

Lo decidí relativamente tarde. Desde siempre he tenido un vínculo especial con la palabra: había estudiado Filología y me dedicaba a investigar en Lingüística y a dar clase de español para extranjeros, cuando me di cuenta de que realmente necesitaba transmitir y compartir otro tipo de cosas, no solo conocimiento. Recuerdo que justo al tomar la decisión de empezar a formarme como actor me habían concedido un lectorado en la Universidade Nova de Lisboa, y lo rechacé para poder venirme a Madrid y centrarme en mis estudios de interpretación.

Con el tiempo he podido compaginar y sobre todo combinar la investigación, la pedagogía y la creación, con lo cual el plan B se ha convertido más bien en un complemento del que mi trabajo como actor se retroalimenta.


¿Quiénes son tus referentes en la interpretación y por qué?

Soy poco mitómano. Admiro mucho a Fernando Cayo, Pedro Casablanc, Vicky Peña, Isabelle Hupert o Denis Podalydès, pero creo que como referentes directos tengo a actores a los que no solo admiro, sino que también conozco personalmente y quiero: a Eva Rufo, por su transparencia, su sensibilidad y su generosidad; a Jesús Barranco, porque es un ser único, o a Luis Miguel Cintra, por su compromiso ético y su seriedad llena de sentido del humor.


¿Qué es lo más difícil de ser actor? ¿Qué obstáculos te has encontrado por el camino?

Para mí una de las cosas más difíciles de nuestra profesión, y más en el mundo en el que vivimos, es pararse a escuchar (a los demás y a nuestro propio yo). Y mi reto como actor sigue siendo aprender a combinar la locura con el rigor.

Creo que el principal obstáculo que me ha impedido avanzar he sido yo mismo, mis propias resistencias, mi falta de confianza, mis miedos, mi fragilidad, supongo… Y por eso me parece precioso poder dedicarme a esto, porque a través del trabajo, y a base de chocazos y también de hallazgos felices, uno no deja de conocerse y de crecer.


Con lo más difícil ya hecho, ¿qué consejo o consejos le darías a alguien que ahora mismo esté pensando en ser actor?

Sé paciente. En la ficción aprende a decir que sí, y en la vida aprende a decir que no.


¿Qué esperas de tu carrera, cómo te imaginas el futuro, dónde te ves dentro de 10 años?

Uffff… Si hay algo que he comprendido en el tiempo que llevo dedicándome a esto es que somos puro presente, así que no me atrevo a hacer predicciones. Dentro de diez años me gustaría seguir haciendo teatro. Me encantaría actuar en otras ciudades de Europa o de América (Latina), y poder hacerlo en escenarios cargados de memoria como Mérida o Epidauro pero también en lugares no convencionales como mi propia casa en Madrid o el establo donde mi padre guarda a sus ovejas en nuestro pueblo.


Tu papel soñado sería…

Calisto de La Celestina, Fernando de El príncipe constante de Calderón o, por qué no, doña Rosita la soltera.


Para ti el teatro es…

Es el arte de la vida, una oportunidad única para compartir algo aquí y ahora con el público y una ocasión para recordarnos que no estamos tan solos como creemos a veces. De hecho, cuando quiero estar solo voy al cine, y cuando quiero sentirme en compañía voy al teatro.


Cuéntanos algún proyecto que tengas entre manos.

Esta primavera estrenamos Tiempo de silencio, una producción del Teatro de La Abadía dirigida por el director suizo de origen español Rafael Sánchez. El espectáculo está basado en la obra de Luis Martín Santos, y en él interpreto al protagonista de la novela, un investigador del CSIC que ante la precariedad de la ciencia en España se ve obligado a ir a buscar ratas de laboratorio a las chabolas de Madrid y acaba metiéndose en problemas…

 

 

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