¿Qué historia traslada esta pieza?
La de una familia en el año 1968. Se arruinan y, a partir de ahí, salen las peores y mejores cosas: los dos hermanos se enfrentan, uno de ellos se queda al cuidado de su padre, toman decisiones irreversibles… Ahora, 16 años después, se reencuentran porque van a vender los muebles de la casa patriarcal.
Miller, especialista en radiografiar lo más íntimo del ser humano, plantea una serie de cuestiones profundas. ¿Algún ejemplo?
Cómo nos educan, cómo crees que son culpables los padres de cosas que haces cuando, seguramente, la responsabilidad la tiene uno mismo, hasta qué punto es generosidad o condena el hecho de quedarte aguantando responsabilidades, hasta qué punto condena el amor…
¿Qué conclusión se podría extraer de estos retratos humanos?
Miller, como los grandes escritores, nos enseña que no hay buenos ni malos, que uno hace lo que cree que tiene que hacer, de la mejor manera posible. Y puede que haciendo lo mejor posible estés acumulando tal odio que luego no te permita ser todo lo bueno que tú quieres.
Sobre las tablas, cuatro personajes. ¿Cómo es Víctor, el protagonista?
Víctor –Tristán Ulloa– es el que siempre había sido considerado como el más inteligente de los dos hermanos. Estudió química y era el que despuntaba pero, por lo que le ocurrió y por su grado de responsabilidad, decidió no proseguir los estudios y se hizo policía. Es un personaje tremebundo, muy estoico, tiene una gran amargura dentro.
¿Qué hay de su hermano, Walter –Gonzalo de Castro–?
Es todo lo contrario, un hombre extrovertido que no se condenó a quedarse en la casa para cuidar del padre. Él ha hecho su vida porque sabía que el suyo era un padre muy dominante. Ha pasado una crisis brutal por el trabajo, pero ahora ha vuelto para intentar recuperar a su hermano. ¡Veremos si lo consigue o no!
Este cuarteto se completa con Esther y Solomon. ¿Cuáles son sus papeles en esta historia?
Esther –Elisabet Gelabert–, la esposa de Víctor, es una mujer más intuitiva, artista y caótica que él. Ella lo siguió y lo amó, pero está frustrada por esta convivencia donde él es excesivamente responsable y a veces cobarde, cosa que la ha machacado. Ella es un personaje vulnerable, seductor, alcohólico… es el catalizador sobre el que pivotan los dos hermanos. Solomon –Eduardo Blanco– es un señor de 90 años sabio, pícaro, superviviente… un judío de estos que se las sabe todas y que Miller coloca estratégicamente casi en comedia para darnos la clave final.
Una de las situaciones más sobrecogedoras de la obra se produce cuando…
El conflicto estalla, que es cuando los dos hermanos se sacan las caretas y empiezan a decir todo lo que ha sido ese pasado. Ahí se produce un conflicto emocional que baja a profundidades inmensas del ser humano y, cuando te crees que ya está todo dicho, hay más cosas que decir y, por lo tanto, más contradicciones que asumir por un lado y otro. El espectador se da cuenta de que todos somos vulnerables, que todos hemos vivido alguna situación más o menos parecida en cuanto a cómo nos comportamos con los padres, los hermanos, la mujer… con la vida.
¿Y una frase demoledora?
A mí hay una que me gusta mucho de Solomon, cuando Víctor y el tasador están discutiendo, y dice: “Mire usted, aquí lo importante no es desconfiar de todo, sino creer en algo. Si no, usted está muerto”.
Hablando de precios, ¿siente usted que ha pagado un alto precio con esta profesión, al elegirla?
Sí, sí, sí. Esta profesión es difícil, muy dura, está uno siempre con el estómago ‘arrebujao’ –¡ahora mismo lo estoy con este estreno…!–. Y todo lo que uno es y ha hecho puede ser lo contrario, porque todo es muy vulnerable, siempre a flor de piel. Tienes que demostrar lo que vales y reinventarte cada día. Nunca sabes qué va a pasar, no hay ningún tipo de seguridad y, eso, es bonito cuando estás buscando y buscándote pero, también, tiene el riesgo de que aciertes o no, además de la inestabilidad económica de esos saltos al vacío.