¿Por qué Calderón?
Para un hombre de teatro Calderón es uno de los grandes retos. Yo creo que al lado de Sófocles y Shakespeare forman parte de la tríada de los grandes dramaturgos de la tradición escénica occidental.
Soy un declarado ferviente admirador del teatro de Calderón, tuve la oportunidad la temporada anterior, y lo pudimos también compartir con los espectadores de la CNTC, de poder presentar el auto sacramental “El gran mercado del mundo”, tuvo una excelente recepción tanto en Barcelona como en Madrid y eso me animó a seguir acercándome con profundidad a este gran hombre de teatro que fue Pedro Calderón de la Barca.
Y llegó “El príncipe constante”…
Hacía mucho tiempo que tenía muchas ganas de dirigir esta obra, la considero una de sus obras mayores, si no la mayor. Uno solo puede hacer “El príncipe constante” cuando tiene el actor para hacerlo y he encontrado el actor: Lluís Homar. Como todos los grandes papeles protagonistas, el personaje de Fernando tiene que ser alguien que se acerque a ese texto sin una voluntad de exhibir el virtuosismo de su instrumento actoral.
Entre la fascinante estructura lingüística de la poesía de Calderón y la complejidad de la trama uno puede acercarse para decir: “Es una partitura de bravía, voy a demostrar mi técnica, voy a demostrar mi saber, voy a demostrar mis calidades”. Nadie duda de que Lluís Homar es uno de nuestros más importantes y mejores actores, pero está en un momento vital en que su acercamiento a Fernando se produce desde un sitio en el que lo importante no es exhibir virtuosismo, sino viajar en profundidad en una partitura textual que necesita realmente de un soporte vivencial, de un tránsito por espacios emocionales que no son nada conven-cionales y son profundamente difíciles.
Goethe dijo que si toda la poesía del mundo desapareciera, sería posible reconstruirla sobre la base de esta obra. Calderón era un lector enfebrecido de todo lo que sucedía a su alrededor.
“El príncipe constante” fue escrita en 1629, un par de años después de la muerte de Góngora y estoy convencido de que el motor de su escritura es el profundo homenaje de Calderón de la Barca a Góngora, no solo porque descubrimos que en la primera jornada hay cincuenta versos que salen de uno de sus más célebres romances, “Entre los sueltos caballos”, no solo porque hay dos maravillosos sonetos construidos a la manera de Góngora, sino porque todo el halo que despierta la profunda capacidad de creación de imágenes a través de la poesía tienen mucho de voluntad de homenaje a Góngora.
Calderón, además, ha leído a los clásicos, Platón está ahí, está la filosofía estoica, Virgilio, los grandes pensadores de la transición de la Edad Media al Renacimiento, los padres de la iglesia cristiana, especialmente San Agustín. En “El príncipe constante” hay un eco de lo que era la alta cultura del tiempo que alimentó la imaginación de Pedro Calderón de la Barca.
Firma también la composición musical. ¿Cómo suena Calderón en el siglo XXI?
He querido huir de músicas incidentales que subrayen los aspectos emocionales de un texto y especialmente un texto poético. La emoción está en la palabra, la música no puede suplantar el trabajo actoral para crear y entregar esa emoción al espectador. He hecho una música arquitectónica, una música que permita ver las estructuras internas de la obra, que las separe, que las ilumine. Hay una música que permite arquitecturizar las tres jornadas de la obra y hay una música que intenta hablar de cómo vibra el espacio interior que está buscando algo.
¿Cómo se hace teatro en estos tiempos?
Los procesos de ensayos de estos días son fascinantes, tengo un equipo entregado y convencido de que tenemos entre manos el privilegio de hacer visible una de las grandes, grandes obras maestras de Calderón que no ha visitado habitualmente nuestros escenarios. Trabajar en tiempos de pandemia no es fácil, pero es un privilegio saber que podemos hacer un trabajo interior y que gracias a Calderón ese trabajo es un trabajo de búsqueda de responsabilidad, de luz, de conciencia, de acentuar cada vez más que la cultura es una de las grandes necesidades que tenemos en nuestros tiempos.
Usted sabe bien lo que es dirigir un coloso como es el Teatre Nacional de Catalunya, cuál diría que debería ser el mayor valor de los teatros públicos ahora mismo…
Creo que un teatro público, por encima de todo, tiene que ofrecer la oportunidad de conocer la tradición cultural, las raíces de una cultura a sus ciudadanos para que se pueda valorar el camino hecho a lo largo de las generaciones anteriores y para poder valorar y exigir a nuestros autores contemporáneos un compromiso profundo.
Cada vez que paso por el Casón del Buen Retiro leo lo que está escrito en su fachada izquierda, en grandes letras, donde se afirma “Todo lo que no es tradición es plagio”. Para poder conocer esa tradición existen los teatros públicos, para poder entregar a los espectadeores realemnte consciencia de que formamos parte de una raíz cultural que está en este caso además construida por algunos de los mejores dramaturgos que ha dado la cultura occidental.
¿En qué más anda Xavier Albertí? Otros proyectos que puedan contarse…
Inmediatamente después de estrenar “El príncipe constante” voy a asumir mi última dirección como director artístico del TNC, va a ser un texto de Lluïsa Cunillé, será la primera vez que una autora viva entre en el repertorio de la sala Gran del TNC, una sala muy grande. Y lo vamos a hacer con “L’Emperadriu del Paral·lel”, un texto que Lluïsa ha escrito para acercarnos en una época realemtne también de transformaciones profundas, como fue el año 1930, final de la dictadura de Primo de Rivera, final de la ‘dictablanda’ de Berenguer, inicio de las expectativas que nos llevarían al cabo de muy poco a la proclamación de la II República.