Cuando Federico Luppi acaba de leer “El reportaje”, ¿qué es lo primero que piensa, por qué interpretarlo?
Dramatizar el momento periodístico de un genocida no ocurre a menudo, poder exhibir los argumentos íntimos de un ‘ocupante’ militar de su propio país era, cuando menos, curioso y original. Nos coloca frente a un verdugo de sus propios connacionales, pisando, humillando la tierra y la gente que él debería defender.
¿A qué nos enfrenta la obra?
Al peor abismo moral de quien, con dinero y armas que paga su país, rompe el deber de defensa constitucional al que está obliga-do por encima de otra consideración; nos plantea la diferencia entre servir y traicionar.
¿Cuál es el mayor acierto del autor?
El esquema ideológico y la dramaturgia del trabajo de Varela se hacen históricamente sólidos por que recoge localmente situaciones y hechos repetidos a lo largo de conflictos sociales con la traición como fondo.
Háblenos de su personaje.
Es el típico individuo favorecido por la fuerza y la impunidad, que intenta zanjar sus contradicciones inventando heroísmos y oprobios disfrazados de necesidad nacional.
¿Y el resto de los personajes cómo enfrentan la entrevista?
La periodista y el penitenciario son aspectos funcionales a los dichos de este hombre que termina ahogado por su falta de honradez moral.
Uno de los temas centrales del texto es el incendio de El Picadero de Buenos Aires. ¿Qué significó?
El incendio del teatro es la repetición de la barbarie en toda época humana; la muerte del personal de “Charlie Hebdo” es la confirmación de la existencia de seres cuya referencia es solamente la muerte.
Ha sido siempre una persona muy combativa y comprometida. ¿Le pesa?
Respirar es la posibilidad de estar vivo; pensar o decir lo que se piensa no es un acto heroico, es la condición esencial para honrar la vida.
Y ahora, ¿tiene ganas de gritar?
Curiosamente más que contra la existencia de ladrones, mentirosos e impunes desearía profundamente que la gente entendiese que con los mercados no hay vida.
Una de sus primeras películas y su consagración fue “El romance del Aniceto y la Francisca” allá por 1967. ¿Qué le diría al Federico de entonces?
El pasado es intransferible y las experiencias no se repiten; los consejos son formas congeladas de buenas intenciones.
Ha dicho: “No estoy en la cresta de la ola como hace 15 años, comienzo a ser lentamente un dinosaurio, un superviviente”. ¿Piensa en retirarse?
Todo pasa. La experiencia se vuelve de oro, pero no existen demasiados compradores. No me voy a retirar, lo más probable es que me retiren.