¿Qué es “El arquitecto y el emperador de Asiria” y de qué habla?
FERNANDO ALBIZU: ¡¡Es una ‘arrabalada’… pero de primera!! (risas). Y habla del ser humano, de su soledad, de la tendencia que tenemos siempre a caer en lo mismo…
ALBERTO JIMÉNEZ: Es uno de los textos más valorados de Arrabal y uno de los textos teatrales más importantes de la segunda mitad del siglo XX. ¡Describirlo es realmente complicado! Pero podría decir que es una reflexión acerca del devenir del ser humano, la caída cíclica de nuestra vida, de nuestra existencia, pero siempre desde un punto de vista optimista, más esperanzador.
¿Qué cuestiones veremos retratadas por la particular pluma de Arrabal?
ALBERTO: Muchas, desde el peligro de la guerra mundial, la relación con los padres, con el otro, las relaciones de poder… está constantemente proponiendo juegos con ese gracejo tan personal, con esa capacidad de imaginar mundos. Todo vehiculizado con su particular humor que está muy muy muy presente.
Háblennos de sus personajes…
FERNANDO: Los dos son un poco el mismo, no la cara y la cruz, pero sí complementarios y, en el caso de el emperador, es un personaje egoísta y que le molesta mucho el amor de los demás hacia él.
ALBERTO: El arquitecto está en una isla desierta donde llega el emperador y, a partir de entonces, empieza a aprender cuestiones que tienen que ver con la civilización y grandes enseñanzas.
Ustedes regresan de la intensa experiencia vivida en Buenos Aires. ¿Alguna anécdota rescatable?
FERNANDO: ¡Muchísimas! A cuenta de los malentendidos lingüísticos (risas). La más curiosa fue un día en el ensayo, que Corina me decía que “me parara y siguiera”, ¡y yo no entendía nada!, porque si me paro no sigo, ¿no?, y es que allí “párate” es como decir “ponte de pie” (risas). ¡Fue un momento caótico!
Ahora que nadie nos escucha… ¿cómo es su compañero de función?
ALBERTO: ¡Fernando es un actor expansivo! Lleno de vitalidad, de energía, de humor. Le tengo mucho cariño, hemos tenido una relación muy buena. En el escenario nos picamos mutuamente, él es un actor muy quisquilloso, a mí me gusta probar cosas diferentes cada día y eso a él le pone un poco nervioso, pero nos llevamos realmente bien y tengo que decir que hace un trabajo brutal. Si ya el arquitecto es potente, el emperador se escapa de cualquier imaginario y él lo resuelve con un arte extraordinario.
FERNANDO: ¡Somos un huevo y una castaña! Absolutamente opuestos en todo a la hora de trabajar, ¡incluso en el horóscopo…! (risas). ¡Corina nos decía que parecemos un matrimonio, porque discutimos muchísimo! (risas). Pero nos hemos compenetrado muy bien.
El humor, el absurdo y la poesía marcan esta obra de Arrabal. ¿Destacarían algún momento de la función?
FERNANDO: Todos, porque todo es muy Arrabal: pasa del humor al sinsentido, al absurdo, a la poesía, a la emoción en un segundo, va y vuelve. El todo es destacable en sí mismo por lo diferente que es.
¿Qué aspecto del proyecto les ha hecho disfrutar más hasta la fecha?
FERNANDO: El trabajo en Buenos Aires, conocer a actores de allí, porque no teníamos apenas amigos ni conocidos y el reconocimiento fuera de tu casa, que la gente venga y te de la enhorabuena, es muy satisfactorio.
ALBERTO: Poder trabajar con Corina. Sin conocernos ninguno de los tres y con poco tiempo de ensayo para un texto de esta envergadura, hizo que todo fuera muy fluido y que no perdiéramos el tiempo con confusiones artísticas ni personales. Es una directora muy fácil pero muy certera. Trabajar con ella ha sido un regalo.