Arniches estrena “Los caciques” en 1920 y parece que la obra la hubiesen escrito anoche. ¿Qué poquito hemos cambiado, no?
Poquito, poquito hemos cambiado. Arniches se anticipó a ciertas cosas que ocurren actualmente. Por eso esta obra es de plena actualidad de donde se deduce que la corrupción, los caciques y los sobres y las mandangas estas de robos y demás han existido desde que el mundo es mundo. Arniches supo verlo e hizo esta comedia con un texto extraordinariamente bien escrito. Una obra muy grata para interpretar para cualquier actor. Esperemos que tenga el éxito que don Carlos Arniches merece.
¿Qué siente Fernando Conde cuando lee/escucha noticias de corrupción y demás?
Cualquier hombre de bien que vive de su trabajo vive todo esto con una indignación absoluta y total. La vergüenza… Tenemos un país maravilloso, he viajado no mucho fuera de España, pero España puedo decirte que me la conozco norte, sur, este y oeste cualquier pueblo y puedo decir que tenemos un país maravilloso con una gente extraordinaria, con caracteres completamente distintos, pero en conjunto… Tenemos una gastronomía extraordinaria, una gente que esta gente corrupta no merece. Lo vivo con la indignación propia de cualquier ciudadano que paga sus impuestos religiosamente y lucha por aquello en lo que cree. Una de las cosas en las que creo y que más me gusta es el teatro, a eso he dedicado mi vida entera, llevo cuarenta y tantos años de oficio y así lo vivo, esperando que de una vez por todas alguien haga de verdad, pero de verdad, justicia.
¿Qué tiene de especial la obra de Arniches, qué destacaría de ella y del montaje que estáis preparando?
Yo no destacaría nada, destaco el conjunto de la obra, es una obra coral, mi papel es un papel un poco más protagónico, yo hago el que, digamos, desenmaraña toda esa mangancia que hay en un hipotético pueblo de España. Es un personaje muy divertido, precioso, pero destaco el conjunto, es una obra coral y donde todos los personajes tienen su momento protagónico y lo estoy disfrutando mucho. Arniches es muy rico.
En la obra de Arniches el alcalde se propone comprar la voluntad del inspector con todo tipo de…
Regalos, agasajos, ¡hasta novias! (risas).
¿Cree que todos tenemos un precio?
Pues seguramente. No pondría la mano en el fuego. De todas formas sí que creo que existe en su gran mayoría gente honesta, honrada y gente con una dignidad como tiene que ser.
¿Cómo pasa uno de opositar a la banca a meterse a actor?
(Risas). Eso fue al principio. Yo fui un estudiante… No era el más torpe de la clase, pero sí un poco golfete, un poco vagoneta. Ya en Zaragoza me tiraba mucho el teatro, formamos un conjunto a finales de los años 60. Repetí sexto y mi hermano mayor, ejerciendo de padre –el mío murió muy joven- vino a Madrid y me quedé solo con mi madre en Zaragoza y mi hermano dijo ‘no, este solo allí hará lo que le da la gana’ y nos trasladamos. Mi hermano como veía que yo no sacaba las matemáticas de sexto y que además me importaba un pepino sinceramente no se le ocurrió otra idea que matricularme en una academia para estudiar cálculo, contabilidad y mecanografía.
Y se presentó a las oposciones…
Efectivamente me presenté a unas oposiciones a un banco y según me dieron el examen, lo devolví en blanco. Me rebelé. Hablé con mi hermano y me comprometí a hacer una carrera técnica (aparejador, magisterio…) y me matriculó en una academia en la que se daba repaso de todas las asignaturas y en Literatura teníamos un profesor que se llamaba Antonio Cruz al que nunca estaré lo suficientemente agradecido porque se le ocurrió montar “La venganza de don Mendo” y ¿quién iba a hacer Don Mendo? Puies el más gamberrete de la clase, Fernando. Y fue Antonio Cruz el que me cogió aparte y me dijo ‘oye, tú has pensado seriamente dedicarte al teatro’. La verdad es que apuntaba maneras y él mismo me acompañó a la Escuela de Arte Dramático y se enteró de lo que hacía falta. Y me matriculé en el año 72 para el examen de ingreso de septiembre. Total, que a la primera aprobé y lo comuniqué en casa, se montó la de Dios, pero yo de ser un poco vagoneta, que me costaba levantarme a las ocho de la mañana cuando entré en la Escuela de Arte Dramático no necesitaba despertador ni nada de la ilusión que tenía. Fui alumno nada menos que de don Manuel Dicenta, que decía el verso como dios y hasta ahora. Empecé a trabajar inmediatamente, me llamó Adolfo Marsillach para hacer una serie de TV, después un musical que duró año y medio en cartel, fue un éxito tremendo, luego hice la mili y luego a volver a empezar, trabajé con Tamayo, etc. Hasta formar Martes y 13.
Toda una vida de comediante…
A veces me ha ido muy bien, muy bien, otras regular, otras mal… Lo que es el oficio de actor, un oficio inestable pero a los que nos gusta esto imprime carácter, es una forma de vida, mi vida no tiene sentido, si no me subo a un escenario los actores somos poca cosa, no sabemos hacer casi nada…
¿Cuáles son los grandes placeres de Fernando Conde?
Pasear, tomarme sendos chatos de vino con mis amigos y de vez en cuando cojo un papel y una pluma y me pongo a escribir alguna cosa. Espero algún día poder publicar un libro, un relato contando mis batallitas, que tengo muchas.