Germán Ubillos

 Licenciado en Derecho y Empresariales, asesor de los últimos ministros de Fomento, apasionado del teatro y de la música, inteligente y de una honda vocación literaria, Germán Ubillos empezó a escribir tras haberse pasado siete años leyendo ocho horas al día. De aquel atracón de lectura nació “La tienda”, título que le valió el Nacional de Teatro. Después llegaron más premios, más obras, más novelas –Pedro Lazaga llevó al cine “Largo retorno”–, artículos en prensa y guiones de TV. Tras un paréntesis de casi veinte años, vuelve al teatro. 
Llevaba años sin dejarse caer por la cartelera teatral…

Hace 18 años que no hacía teatro, me he centrado en otros temas, narrativa, artículos de prensa, etc. He pensado esta obra durante veinte años pero en trece días en la sierra, en el Espinar, he escrito “Evelinne y John” que se estrena cinco meses después.


En la obra realiza un análisis profundo en el interior complejo de sus protagonistas. ¿A qué nos enfrenta?

Trata el tema del mundo de la pareja cuando se va deteriorando como consecuencia del desgaste del tiempo, sobre todo cuando uno de los dos se dedica a labores apasionantes y muy interesantes. A lo largo de la obra esta pareja tiene discu-siones fuertes que recuerdan mucho al teatro americano del siglo XX.


Pero hay más…

El núcleo está en la crisis de la pareja, pero también en la crisis del mundo occidental, de España, en la crisis de un mundo que está como desvanecido, en una época olvidada donde había ideas, creencias e incluso fe. Refleja este mundo árido y terrible en que tenemos de todo, en el que hay mucha gente que vive opíparamente bien mientras otros pasan penalida-des. Trata temas como el tráfico de influencias, la prostitución a gran escala, el Psicoanálisis…


¿Es de esos autores a los que les gusta participar de todo el proceso?

Hace tres años que me jubilé y me queda más tiempo libre para vivir muy de cerca todo el trabajo. Los actores –Jennyfer Muñoz, José Fuentefría, Higinio Berzosa, Arantxa del Campo, Fermín Fernández y Consuelo Luengo– lo están inter-pretando muy bien y estoy muy contento con la dirección de Ángel Borge.


¿Cómo le llega a un abogado esta vocación literaria tan honda?

Cuando tenía veinte años no había leído un solo libro, sólo el “Marca”. En Benidorm conocí a una mujer, amiga de mis padres, que no tenía estudios, pero había leído muchísimo. Entablamos una gran amistad y surgió la idea de empezar a escribir. Soy bastante bestia, porque soy Aries, y me organicé una especie de plan: me pasé leyendo durante siete años ocho horas seguidas al día: Filosofía, Narrativa, Teatro, Poesía… Después de estar leyendo y compaginando los estudios de Derecho escribí una obra titulada “La tienda” con la cual me dieron el Premio Nacional de Teatro. A los 27 empezó esta nueva vocación apasionante. Abandoné el negocio familiar y he dedicado mi vida a escribir con lo que tiene de maravilloso y de terrible.


¿Recuerda la primera obra que vio?

Debió de ser “Historia de una escalera” de mi amigo Antonio Buero Vallejo. Entonces se hacía un teatro maravilloso.


Su obra ha ganado un sinfín de premios. ¿Qué importancia les da?

Tienen una importancia muy grande porque cuando se daban primaba la excelencia. Los premios le dan al autor gasolina para seguir escribiendo, le dan ánimos, ilusión y si la trayectoria es larga llegas muy lejos.


¿Cómo ve el panorama teatral hoy un Premio Nacional como usted?

El teatro tiene una salud de hierro aun-que esté siempre enfermo, le pasa como a mí, es indestructible (risas). Ha habido que hacer un gran esfuerzo para ir recuperando a la gente y yo creo que va para arriba, la gente joven quiere ver teatro, los teatros están llenos y estamos entrando en una era dorada otra vez. El teatro es una pasión que te devora, te puede matar, pero cuando lo vives, es algo maravilloso. El presente del teatro lo veo magnífico otra vez.


¿Cuál debería ser la función del teatro en la sociedad de hoy?

En mi teatro, yo escribo un teatro de las ideas, de profundidad, tiene un doble efecto. Primero, de catarsis sobre el autor, un efecto liberador de su angustia, y también un efecto de catarsis sobre la sociedad porque los espectadores se ven reflejados en los problemas que viven los protagonistas. Después el teatro sigue teniendo una función de mejora de la sociedad, de purificación de la sociedad.

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