Gustavo Tambascio

 Elevado por un discurso propio que desprende experiencia y sabiduría sin fisuras, charlamos con el reputado director y dramaturgo de este programa doble, el mismo que dotó de brillo y precisión funciones de la talla de “El hombre de la Mancha”, “El loco de los balcones” o “Viva Verdi”. Con más de un centenar de espectáculos interna-cionales al frente de la dirección en su haber, descubrimos las claves de su próxima puesta en escena.
 
¿Cómo nace la idea de montar este doble programa?

La idea fue del anterior director artístico del Teatro de la Zarzuela, Paolo Pinamonti, en ocasión de conmemorarse el tercer cen-tenario de la muerte de Durón, que integra con Literes y con Nebra la trilogía áurea de la zarzuela barroca. Su propósito fue el de mostrar dos obras de características bien diversas: la primera es una ópera íntegramente cantada y la segunda adscribe a la tradición del género que había nacido en el siglo XVII como algo eminentemente vernáculo, ya que en ella la parte hablada tiene una preponderancia considerable.


¿Qué tienen en común estas dos obras de Sebastián Durón?

Les une el carácter mitológico (común a todas las zarzuelas del período) y la presencia de Júpiter como figura protagó-nica. En “El imposible mayor…” hay un lamento de Júpiter que nos indica a su vez el carácter relativamente arcaizante de la zarzuela de Durón, en el que todavía el lamento es pieza clave, como lo fuera a lo largo del siglo XVII, siendo luego susti-tuido por el ‘aria da capo’, claramente italianizante. En “La guerra de los gigantes” encontra-mos como gran momento de los afectos –piedra angular del edificio barroco– el lamento de Palante, caudillo de los colosos rebelados contra los dioses.


¿Qué otras diferencias podemos apreciar?

En “La guerra…” solo hay titanes y personajes olímpicos, así como alegorías propias del barroco del siglo diecisiete: la Fama, la Inmortalidad, el Silencio. En “El imposible…”, junto a los dioses, están los héroes y heroínas, pertenecientes a familias reales de la más bárbara Lesbos y la más refinada Fenicia.


¿Cómo es la puesta en escena?

Tanto la puesta en escena como la estética en general son diametralmente opuestas: en una nos encontraremos en un imperio industrial a la italiana (o de una España de incipiente desarrollismo), en la segunda con una exuberante fantasía arqueológica, muy cercana a los cuadros que hemos recibido de Bonavia, Battaglioli, Amigoni, de las representaciones en el Buen Retiro. • Usted cuenta con un potente lista-do de funciones a sus espaldas como director. ¿Qué obra le hizo sentirse especialmente orgulloso de su trabajo? Tengo un cariño especial por la segunda o tercera ópera que dirigí, «Dido y Eneas», en el lejano 1981, con la colaboración inestimable de Martín López, un artista muy ligado a los inicios de mi carrera. En el terreno del teatro, mis afectos se inclinan sin dudarlo por «Las alegres comadres de Windsor», que estrenamos hace 15 años en Almagro con un grupo irrepetible de actores y un Falstaff nunca superado: Paco Maestre.


¿Y las más aplaudidas por la crítica?

En términos objetivos debo hablar de “Lulu” de Berg, con la que obtuve el Premio Concerto de la crítica brasileña, o la exhumación de la «Partenope» de Vinci, que mereció el Premio Campoamor de la crítica española.


¿Qué otros proyectos tiene entre manos?

En el mes de junio estrenaré en el Teatro Real «Der Kaiser von Atlantis». El programa se completa con el «Canto de amor y muerte del alférez Cristobal Rilke», con Blanca Portillo. En otoño iré a Sao Paulo, Brasil, para hacer «Il Trovatore» de Verdi y, para la primavera de 2017, dirigiré por primera vez la prestigiosa Shakespeare Company de Dallas en la obra «Quixote!» del autor norteamericano de origen latino Octavio Solís. Durante el verano, estaré en Venecia y Basilea haciendo la «Aminta», pastoral de Torquato Tasso, junto con el «Orfeo Dolente» de Belli, un proyecto conjunto de dos ilustres de la música antigua: Pedro Memmelsdorff y Jordi Savall.

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