Si le digo “Las dos bandoleras”…
Es una comedia muy poco representada de Lope de Vega que nos sitúa en los avatares de dos mujeres jóvenes que descubren que su vida no va a ser lo que soñaban y que los hombres son unos infames. Casi todos –especifica–.
¿Quién es su personaje?
Triviño es el padre de las dos muchachas. Un hombre de orden incapaz de mirar más allá de su estricta moral y para quien la observancia radical de la tradición es el centro de la vida. Si eso se rompe se acaba el sentido de todo lo demás.
¿Cómo se ve desde la óptica masculina esta comedia de Lope?
Lope se mete en un gran lío del que no sale, a mi modo de ver, muy bien parado. Pretende divertir usando grandes conceptos como la moral, la honra, el honor, etc. que cuando llegan a una situación crítica lo resuelve de forma excesivamente frívola. Ni los hombres son tan infames ni las mujeres tan inocentes.
¿Cuál ha sido el mayor acierto de Carme Portaceli en este montaje?
Precisamente el proponer una mirada sobre el texto que nos libera de algunos de esos problemas de los que hablamos. Los conflictos son más complejos y Portaceli nos invita a bucear en ellos desde nuestra perspectiva.
¿Cuál sería la mayor lección que podríamos aprender de su personaje?
A mí me produce una cierta lástima. Es alguien que se asfixia en sus propios principios cuando los hechos le contradicen gravemente. Sin embargo es un hombre leal. Para lo bueno y para lo malo.
Helio Pedregal es uno de nuestros actores más respetados. ¿Qué le ha dado a la profesión y qué le ha dado la profesión a usted?
Siempre me he tomado el teatro muy en serio y siempre he procurado aportar rigor y exigencia en los trabajos que me han tocado. El teatro me he enseñado muchas cosas. He aprendido a vivir de la mano del estudio de textos, personajes y conflictos. Por supuesto de compañeros de viaje; autores, directores, actores extraordinarios que me han ayudado a comprender muchas cosas. Sin embargo he de confesar que empiezo a arrastrar una cierta frustración por las condiciones en que se trabaja en este momento y por la poca exigencia de nuestro público.
Y cuando uno ha hecho tantos papeles, ¿consigue desvestirse de ellos?
Hay vestidos que son muy fácilmente reemplazables. Pero hay algunos que cuando has hecho la última función dudas si volverás a enamorarte otra vez con esa pasión que se interrumpe de pronto. Alguna vez me ha costado lágrimas. Hay pocas cosas más emocionantes para mí que el acuerdo leal entre un actor y un personaje.
Es impresionante la cantidad de grandes directores a cuyas órdenes ha trabajado. Si le digo solo cinco nombres, ¿podría definirnos a cada uno? Miguel Narros, Lluís Pasqual, José Luis Gómez, Josep Maria Flotats y Gerardo Vera…
Miguel Narros era imaginación luminosa. Lluis Pasqual un amante del utilísimo riesgo creativo. José Luis Gomez es un admirable sabio de este oficio. Josep María Flotats olfatéa como nadie las chispas de la escena y su sentido lúdico. Gerardo Vera es muy capaz de hacer posible lo que no lo es.
¿Me he dejado muchos, no? ¿Qué nombres añadiría a esa lista y por qué?
José Carlos Plaza me dirigió la primera vez hace cuarenta años y también la última antes de ayer. El teatro de nuestro país le debe muchas cosas por su talento y su infatigable esfuerzo por hacer un teatro comprometido y útil. De él he aprendido mucho.
¿Algún otro proyecto entre manos que pueda contarse?
Espero de todo corazón poder desechar lo que tengo entre manos por algo más interesante que llegará por ejemplo mañana por la mañana.