Jesús Noguero

 Rostro habitual de los montajes de la CNTC y del Centro Dramático Nacional, ha bordado papeles en “Donde hay agravios no hay celos”, “Kafka enamorado” o “En la luna”.
¿A qué nos enfrenta esta obra?

Desde el punto de vista de mi personaje nos enfrenta a lo transitorio, a lo fugaz, a lo azaroso en oposición al esfuerzo que hace Pedro Crespo por consolidarse en valores pretendidamente estables. Este es el personaje que viene a levantar todo eso por los aires y a cuestionar en última instancia esta condición de inestabilidad a la que estamos sujetos todos.


¿Qué tiene que ofrecernos Calderón hoy?

¿Por dónde empezar o con qué quedarte? A mí me parece que creo que esa es la gran virtud de los clásicos, que consiguen tocar cosas universales de la condición humana que no pasan de moda, que siguen vigentes porque tampoco hemos evolucionado tanto. Aunque hayamos evolucionado en algunas cosas, pero yo creo que hay los temas de fondo, los sustratos más profundos de nuestra condición siguen estando ahí en continua contradicción, en continua lucha. Yo creo que ellos lo que hacen y lo que les hace tan vigentes es alumbrar en esos rincones más difíciles de acceder para llevarnos a una consciencia más grande. Yo creo que en ese sentido la vigencia es total. Probablemente además porque yo creo que Calderón se anticipa también, en las múltiples lecturas la obra se puede ver como un cuentecito en el que se cuenta una anécdota desgraciada o se pueden percibir aspectos que ni siquiera la media digamos de nuestra generación está todavía en ese nivel ni siquiera de comprensión. La obra va a dar mucho que hablar todavía y futuras generaciones tendrán y podrán seguir aprendiendo ahí. Son los genios. 


Usted es don Álvaro de Atayde…

Es un hombre dominado por el capricho, un aristócrata en decadencia, un hombre corrompido y que se defiende con uñas y dientes por mantener sus privilegios en una situación que ha perdido validez. Tira por el lado oscuro atendiendo a su capricho más narcisista.


Todo esto nos suena bastante…

Esa es la gran virtud de los clásicos, que consiguen tocar cosas universales de la condición humana que no pasan de moda porque tampoco hemos evolucionado tanto. Lo que les hace tan vigentes es que son capaces de alumbrar en esos rincones más difíciles de acceder para llevarnos a una consciencia más grande.


¿Qué ha logrado la directora con este montaje?

Llegar al mayor número de espectadores con la mayor profundidad posible. Hay un esfuerzo por acercar el verso a través de la acción, de la vida, de la puesta en escena y de los recursos técnicos y poéticos.


Es una de las caras habituales de la CNTC, que celebra este año su 30º aniversario. ¿Qué papel juega?

A estas alturas ya la CNTC se ha ganado un sitio irremplazable e ineludible. Habría que inventar la compañía A, B y C, más bien yo lo que creo que habría que ampliar esta compañía. 

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