El punto de partida es “Las tres hermanas” de Chéjov. ¿Por qué es una de las obras capitales de la dramaturgia?
Chéjov, todo su teatro, es una especie de camino que abre lo que luego sería lo más interesante del siglo XX. En “Las tres hermanas” hay un equilibrio entre muchos de los aspectos que están en sus otras obras y el hecho de que las protagonistas tengan ese punto de fragilidad hace que sea un texto que toca mucho las emociones. Esa especie de vestigio de una familia es, al mismo tiempo, la metáfora de toda una clase social, del tiempo que va erosionando las ilusiones.
Está escrita en 1900, pero a nosotros nos suena muy de hoy…
Es una obra que sigue muy vigente. Esa erosión que el tiempo produce en los seres humanos por desgracia es inevitable. Y los sistemas sociales, políticos, económicos por muy prepotentes que se presenten a sí mismos en el fondo son también efímeros. De manera que lo que era prosperidad hace diez o quince años ahora ya no es tanto.
¿Y cómo se deconstruye a Chéjov?
No te voy a dar una receta, porque no hay (risas). Yo entiendo ese tipo de deconstrucción como modificar la mecánica interna suprimiendo dimensiones, aspectos, niveles de la obra para que emerjan con más fuerza otros que están también en el texto. Chéjov coge esa pequeña fauna humana, la coloca en un dispositivo teatral y muestra su desarrollo, cómo sobrevive en esas nuevas circunstancias. Lo que yo hice fue eliminar lo que podríamos llamar el coro y centrarme en esos tres personajes para poder analizar de una manera más detallada cómo el tiempo las afecta, cómo las va de alguna manera va-ciando de esperanzas, ilusiones, objetivos…
Y aquellos que sean más puritanos, ¿van a encontrar “Las tres hermanas” de Chéjov?
Lo que me contaba Raimon Molins, director de este montaje, es que los espectadores que conocían la obra no se sentían escandalizados, salían contentos porque lo esencial lo encontraban y los que no cono-cían la obra, la entendían perfectamente. Probablemente habrá puristas que digan que es una mutilación, ocurre siempre, pero hay quien acepta que los clásicos están ahí y nos sobrevivirán por muchas perversiones que hagamos con ellos (risas).
¿Cómo ve usted el teatro que se está escribiendo y haciendo ahora mismo?
Con respecto a la situación del teatro me niego a opinar si no es en presencia de mi abogado (risas). Soy a partes iguales optimista y pesimista. Optimista porque se está produciendo un crecimiento imparable de la escritura dramática, del teatro de texto, a pesar de tantas actas de defunción que se han extendido en las últimas décadas. Pero al mismo tiempo soy pesimista porque el sistema teatral no parece muy predispuesto a absorber esta producción dramatúrgica, las salas alternativas no pueden absorber toda esa productividad.
Ahora dirige el Nuevo Teatro Fronterizo en Lavapiés. ¿Qué hacen allí?
Seguimos dando la tabarra con esta fina-lidad del texto dramático y, sobre todo, con el hecho de que el texto dramático no es un anacronismo, sino un espacio de innovación. La innovación no está sólo en la puesta en escena, en las nuevas tecnologías o en la mixtura de códigos, sino también en el texto. Nos interesa ampliar su temática de manera que apa-rezcan colectivos sociales que generalmente no aparecen en el teatro, que es bastante clasista y elitista.