Juan Diego

 
 La naturalidad, la amabilidad y la cercanía con la que este genio de la interpretación nos recibe siempre no consigue que olvidemos los motivos que le han consa-grado en su profesión: Premio MAX, Unión de Actores, Ercilla, tres Goya y así hasta acumular más de 50 grandes galardones a lo largo de una veintena de montajes teatrales, más de cuarenta papeles cinematográficos e innumerables producciones en televisión. El sevillano regresa a las tablas del Español para cumplir su último reto teatral: mostrar el cuerpo, el alma y la locura de Ricardo III.
¿Cómo es su particular radiografía de este Ricardo III?

Es la ambición llevada al paroxismo. Todos tenemos ambiciones pero, en este caso, la necesidad de poder para sentirse ser es muy potente, entre otras cosas porque tiene unas malformaciones físicas que determinan mucho su relación con las mujeres. Hay una misoginia muy potente en él. También por la relación con la madre, que nunca estuvo cuando la necesitó.


¿Qué es lo que le ha atraído de este proyecto teatral?

El reto de Ricardo, un clásico de Shakes-peare. Este personaje es tan total en su desarrollo, ¡¡es tan bestia!! (risas) que quería ver y sentir hasta dónde llega la fascinación del mal. Ése que enajena.


¿Cree posible encontrar esa “brisa depurativa” de la que habla el autor en lo más profundo de una tragedia?

Sí, porque la necesidad de soltar todo lo que lleva uno dentro te lleva, muchas veces, a sentirte bien cuando lo haces.


Shakespeare muestra a un Ricardo III desencantado y lleno de rabia. ¿Qué aspectos puede ensalzar de él?

Su capacidad, su manera de hablar. Es muy hábil, tiene un verbo florido, una gran chispa y eso le hace un personaje muy atrayente para lo que hay alrededor.


¿Qué reflexiones se puede llevar a casa el espectador?

Aparte de este tobogán de fascinación, de sangre, de humor, ¡porque hay muchísimo humor!, la reflexión es que ojo, ojito con el poder, porque el poder envenena a los que lo ejercen. No conozco a nadie que ejerza el poder y que esté a la altura de a quien dice servir, tanto en un sistema democrático como en uno dictatorial.


Está cerca de cumplir seis décadas subido a las tablas, desde aquella primera vez en su tierra. ¿Cómo imaginaba el futuro aquel niño sevillano?, ¿cuáles eran sus sueños?

¡Imposible imaginar! Uno imagina y después la vida lo va transformando. La vida es una sucesión de tropezones constantes en los que uno anda por la vereda. De pronto dices ¿y ahora por qué estoy aquí?, ¿ahora por qué me han despedido así, de golpe y porrazo? ¿Por qué me han quitado la casa? ¡eso no estaba previsto en mi existencia! (risas), ¿y ahora por qué tengo hambre?, ¿por qué tengo el ébola?… Siempre que me preguntan ¿qué te queda por hacer? Yo digo que todo, porque nunca he buscado qué hacer. Yo solo me he situado en la vida. Ves que viene este amor, este papel… Me gusta vivir la profesión con esa esencia que vives en la vida.


¿Cuál es el personaje por el que más le reconocen por la calle?

Yo creo que ya han quedado todos, pero el de “Los santos inocentes”, el de “Los hombres de Paco”… ¡Uf, qué miedo empezar a recordar nombres! (risas). Y yo creo que el señorito Iván era uno de esos personajes que la gente te ve por la calle y te dice: “Mira, no te conozco, pero ¡¡te odio, te odio profundamente!!” (risas).


Un comentario inolvidable:

Procuro no oírlos porque entonces los vas acumulando y te crees que eso es verdad, que tú eres así… Pero recuerdo uno de un joven que me dijo: “¡¿cómo se puede ser tan hijo de puta?!” (risas). Y yo le dije: “¡Pues existen, existen!” (risas).

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