Nadie mejor que su autor para definir este texto.
Es un gran duelo. Es una obra que tiene algo que ver con “El crítico” en la medida en que se produce un encuentro decisivo entre dos personajes sabiendo que anhelaban ese encuentro y, al mismo tiempo, lo temían porque sabían que ninguno de los dos saldría sin heridas. Es, además, un combate en que asistimos a un doble juicio de Teresa de Jesús: el juicio de su propio tiempo, pero también el juicio del siglo XXI.
Ha hablado de ella como una Teresa necesaria entonces y ahora…
Teresa es capaz de imaginar que las cosas pueden ser de otro modo y eso es algo extraordinario en un momento en que se nos dice que tenemos que resignarnos, que las cosas son como son y no podemos imaginarlas de otra manera.
Una Teresa insurrecta también.
Teresa es radicalmente una desobediente en su imaginación y en sus acciones, es alguien que no acepta lo que hay. Es lo más constitutivo de ese personaje en aquel tiempo en que consigue algo enorme: un espacio para su voz de mujer en aquel tiempo dominado por los hombres.
“A poco que hagamos las mujeres se juzga exceso lo que hagamos”. ¿Dónde la veríamos en pleno siglo XXI?
Intento evitar colocar bajo una etiqueta o bajo una pancarta a Teresa de Jesús porque creo que decir que Teresa es feminista o es una indignada nos puede ser útil, nos puede valer durante un rato, pero finalmente sería empequeñecerla.
Y con ella se ha atrevido a dirigir…
No me atrevería a dirigir el texto de otro y probablemente tampoco cualquier otro texto mío. Sólo si creo que hay algo que puedo ofrecer desde la dirección que no esté ya en el propio texto me voy a atrever a hacerlo. Y tendré que contar, como en este caso, con la complicidad de actores como Clara Sanchis y Pedro Miguel Martínez que, además de muy poderosos en escena, han sido extremadamente generosos, pacientes y muy constructivos en sus sugerencias y críticas. Por lo demás, he descubierto que dirigir no es otra cosa sino escribir de otro modo.
Le tenemos ya como candidato en esa primera ronda de los Max. ¿Cómo encara esa otra faceta de la profesión?
Con gratitud, pero con mucha distancia. El mayor respeto que uno recibe es el que se produce cada vez que un texto provoca una reunión. El teatro para mí es reunión y mucho más importante del hecho de que esa obra sea o no premiada, sea mejor o peor criticada, el gran premio es que una gente ha dicho ‘esto nos es importante para reunirnos y para provocar una reunión con los espectadores’.
¿Algún otro proyecto entre manos?
“Himmelweg” se va a hacer en Corea y hay una obra nueva que concluí el año pasado y puse en manos de Cuco Afonso, que se llama “El arte de la entrevista” y creo que se estrena en agosto. Por otro lado, “El chico de la última fila” y “La vida es sueño” siguen vivas por ahí y en el extranjero hay bastante movimiento. Lo que más me ilusiona es escribir y estoy ahora mismo con una nueva obra.