Natalia Verbeke

 
¿Qué es “Espía a una mujer que se mata”, cómo definiría brevemente esta obra?

Es Chéjov, puro y duro. Es la vida. Es la Rusia de entonces pero también es hoy, en cualquier parte. Parece que no pasa nada, pero pasa todo. Demoledor. Como en un cuento de Carver.


¿A qué nos enfrenta Daniel Veronese y, en cierto modo, Chéjov en esta adaptación de “Tío Vania”, qué temas trata?

Trata exactamente los mismos temas que el texto original, como no podía ser de otra manera. Porque en el fondo, tras la sencillez del texto, la aparente sencillez, sobre todo en los relatos, donde Chéjov era un maestro, pero también en esta obra, se esconden los temas de siempre, universales, inalterables. Porque al fin y al cabo, en las cosas del corazón, evolucionamos más bien poco. Pueden variar los paisajes, las épocas, incluso las temperaturas, pero bajo las alfombras que levanta Chéjov, siempre tiemblan las mismas pasiones, los mismos miedos…


Uno, quizás, de los aspectos claves de la obra original sea el deterioro de la vida, el hastío, el tedio que muestran, por la razón que sea, cada uno de los personajes. ¿Eso también está en “Espía a una mujer que se mata”? ¿Cómo es la atmósfera de esta propuesta y qué tiene del original?

También está, claro. Ese cansancio, esa fatiga existencial. Una caja cerrada dentro de otra caja cerrada. La adaptación tiene ese clima un poco asfixiante de casa cerrada. De paredes infranqueables. De querer escapar y no poder, de verse cercado por la vida y ahogarse. De necesitar ventilar los armarios…


Háblenos de su personaje, ¿quién es, cómo es, qué nos contaría de él?

Elena es la frustración, es el sueño truncado, es la mosca atrapada en la telaraña. Nada es lo que prometía ser. Y la juventud y la belleza han quedado atrás. Es la extraña que llega, la sustituta que lo pone todo patas arriba, sin quererlo, el detonador que sacude inadvertidamente el polvo del tedio y el hastío de toda esa gente varada, tan de desván, tan de última estirpe… Y es no tener ya casi fuerzas para luchar por los viejos sueños.


Para abrir boca, ¿nos adelanta una frase de su personaje?

«A mí me fascina el teatro». Me encanta cuando dice esa frase. Teatro dentro del teatro, y una proyección a la vez de su fantasía, de la de ella, y de la mía. Pequeños huecos por donde escapar… La belleza…


Casi todos han trabajado con Daniel Veronese y varios coincidieron en “Los hijos se han dormido”. ¿Cómo es el mundo de Veronese, cómo es trabajar con él?

Me siento muy a gusto y muy cómoda con él, sabiendo que está ahí, moviendo los hilos. No tengo mucha experiencia en teatro y no puedo ponerme a comparar con otros, pero solo te diré una cosa: si siempre es así, no me quiero ir. Nunca.


¿Por qué no debemos perdernos este montaje? ¿O qué nos vamos a perder si no lo vemos?

Chéjov. La respuesta es Chéjov. No hay que perdérselo por Chéjov. Y Chéjov será lo que te pierdas si no vas a verla. Y perderse a Chéjov es una pena. Porque en esta vida hay muy pocos Chéjov. Y Chéjov cura, cura un poco. Hace que duela menos.


Hay un momento, creo que al final, en el que el personaje de Sonia dice algo así como “Yo creo en los sueños”. Si de sueños hablamos, ¿en qué sueño sigue creyendo usted?

En todos. En los sueños hay que creer. Otra cosa ya es que se cumplan, pero nunca hay que dejar de creer en ellos. Es la única manera de no acabar abatida y barrida debajo de una alfombra

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