¿Cómo le surge el proyecto de realizar la dramaturgia y la dirección de “La distancia”?
¡Yo creo que me tocó la lotería! Me llamaron tres actrices buenísimas –Estefanía de los Santos, María Morales y Luz Valdenebro– porque querían hacer algo juntas y que lo dirigiera yo. Me dieron libertad para elegir el material. Yo justo había leído la novela de Samanta Schweblin y me había inquietado mucho, me había parecido atrapante y me preguntaba si sería posible llevar esa intriga que me había generado, ese terror, ese mundo a lo David Lynch, al teatro.
¿Qué plantea la función?
Hay varias lecturas, pero a mí la que más me atrae es la que da título a la novela –“La distancia de rescate”–, que cuenta la relación tan especial que hay entre las madres y los hijos, el deseo de hacerlo bien, de que el mundo no sea una amenaza. Y también el darse cuenta de que es imposible tener ese control sobre la vida de los otros. Por otro lado, está la trama de la novela, que se ubica en una circunstancia real muy tremenda que es el efecto de los agrotóxicos en algunas plantaciones que están en Argentina demasiado cerca de pueblos colindantes, que contaminan las aguas y generan efectos tremendos en la población, como malformaciones. Es una realidad que sucede ahora mismo pero de la que no se habla demasiado porque hay mucho dinero detrás.
¿Cómo son los personajes principales y qué sentimientos van a desprender en escena?
Está la madre –Amanda– con su hija –Nina– y su sentimiento de desasosiego. También hay una especie de vidente que aporta otro tema, el de la identidad, al preguntarse quiénes somos, si somos los mismos que cuando éramos niños y qué queda de eso en nuestro presente. También el niño –David–, que lleva el ritmo de la función, y Carla, que es la que desata toda la tragedia. Amanda y su hija alquilan una casa para pasar un momento tranquilo en el campo, conocen a Carla y, a través de ella, descubren todo el horror que hay escondido en ese pueblo. El campo, que habitualmente es presentado como un lugar de descanso, paz y armonía, aparece aquí como un pueblo del terror.
Del Kamikaze a las Naves del Español. El día 24 llega el estreno absoluto de “Todo el tiempo del mundo”. ¿Qué presenta en esta otra función que también lleva su firma?
Una anécdota en la vida de mi abuelo, que era zapatero de señoras. Yo pasaba mucho tiempo allí en su zapatería cuando era muy chiquito y siempre me pareció un espacio muy teatral y fascinante. Se me ocurrió escribir esta obra que trata un poco sobre el tiempo y los recuerdos pero, sobre todo, la idea del tiempo cronológico versus el tiempo todo junto. Contraponer el tiempo de la historia, el que medimos en minutos y segundos, con el tiempo de las sensaciones, la emociones, de algo más subjetivo. Y también la cuestión de los recuerdos, como si fueran lo que la memoria va armando en forma de relato, de cuento: ¿qué pasó de verdad? Por ejemplo, si algo ha pasado en mi vida pero nadie lo recuerda: ¿eso ha pasado o no?, ¿de qué está hecha la vida, la realidad?
Una de las frases de su abuelo el señor Flores que más sabias le resultan es aquella que dice…
No la dice él, pero se la dice su madre: “la originalidad es para ignorantes”. La idea es que a veces estamos todo el rato en busca de lo nuevo, de ir hacia delante en busca de eso que no conocemos, y en realidad todo ya pasó. En vez de ocuparse de eso habría que hacerlo en estar. A lo mejor lo nuevo está mucho más cerca de lo que uno esperaba.