Pablo Rosal – A la fresca

En una casa ideal e idílica, corrompida por la inevitable práctica humana y familiar, tres personajes se conocen al margen del mundo gracias a las virtudes de salir al fresco… Y no hace falta nada más: la palabra, los actores y el espectador. Ya lo decía de él Carlos Aladro, Pablo Rosal, poeta, actor, dramaturgo y director de escena, es un autor apasionado del teatro elemental. A “Anita Coliflor”, “Yo inacabo”, “Castroponce”, “Asesinato de un fotógrafo” y los aplaudidísimos “Los que hablan” y “Hoy tengo algo que hacer” se une ahora este artefacto único cargado de poesía. Por V. R.

¿En la Barcelona de los 80 y 90 se salía al fresco? ¿Pablo Rosal salía al fresco? 

Salir al fresco es una suerte de recuerdo imaginado e incorporado para mí, inevitablemente ideal. Por lo que me ha tocado en la vida, nunca he vivido en barrios tradicionales y populares, en el mejor sentido, donde la vecindad se congregara, y los veranos calurosos los he pasado en la casa de la montaña de mi abuela aislado del mundo. Así que no he conocido el hecho de salir al fresco como tal, pero cuando instintivamente íbamos con los amigos a pasar interminables tardes en los miradores de Barcelona, sé que estábamos haciendo algo que se encauza maravillosamente con el salir al fresco. Teníamos una imperiosa necesidad de encontrarnos, de comentar el día y dejar que la conversación divagara. Fue un lugar de aprendizaje muy importante.

Dice que esto se practica en todas las latitudes y que toda alma se sonríe al pensar en ello. ¿Cuáles son sus recuerdos?

Todo el mundo tiene una imagen, yo lo he visto en muchos pueblos y a partir de allí he elaborado una imagen simbólica que ha ido creciendo. De una u otra manera, cualquier cultura, con raíces tradicionales o no, ha elaborado su forma de salir a la fresca, es una necesidad impepinable del alma, el espacio y el momento en el que el mundo deja de pesar y de imponer su implacable complejidad, todo se pone en duda y existe el sueño de la reintegración de la comunidad.

Uno sale al fresco a no hacer nada y a hablar de nada y de todo. Algo que choca con el hecho de que, dice, vivimos ocupados, necesitamos estarlo y es la única justificación que le damos a la existencia contemporánea. ¿Deberíamos hacérnoslo mirar?

Salir al fresco no es una actividad concreta, es la intimidad del mundo y si este mundo no tiene ya interioridad, sólo evidencia y estadística, es normal que pase lo que pasa. Estamos perdidos si no recuperamos los espacios de juego, de nada, pero esto ya son frases hechas hoy en día, debemos dejar de decirlo todo, está todo tan manoseado… Todo lleno de estudios sobre los beneficios del deporte, de tener amigos, de hablar, de callarse, de meditar, de irse al pueblo, de trabajar en lo que te gusta… todo terriblemente explicado con su conclusión.

Recuperar la conversación con el vecino podría ser un buen primer paso hacer apología del ‘no hacer nada un rato’, ¿no?

Tampoco nos interesa demasiado el vecino, así que mejor no imponerse ideales que ni siquiera nos apetecen. Hagamos menos, efectivamente, claro, por dios; pero no se lo contemos a nadie. A ver qué pasa. Quizá entonces un vecino, sí, o un paseo sin fotografías. No hacer nada es aquello que antaño llamábamos espiritualidad. No pretendo un titular, de veras. Dicho de otro modo, sin una verdadera espiritualidad esto del “no hacer nada un rato” es puro coaching neoliberal.

Precisamente “A la fresca” es el título de la pieza que trae a Nave 10 Matadero, una sugerente fábula sobre el encuentro de tres desconocidos a través de la conversación. ¿Qué esconde, en qué llagas mete el dedo, a qué nos enfrenta? 

Efectivamente es una fábula tradicional que contrapone la también tradicional oposición entre reposo/actividad, contemplación/acción. Muestra de una manera elemental el gusto por regodearse en una sensibilidad sin objeto, primordial, en la delicia de crear nuevos intentos de conversar mientras el mundo, monocorde, insiste en sí mismo, en su plana necesidad de necesitar. Una casa de infancia ideal en la montaña pervertida por la actividad incesante sirve de marco. La obra es una invitación, una llamada y un encomio de las propiedades vivificantes del escenario.

¿De dónde nace “A la fresca”? ¿Qué le atrapa a la hora de escribir?

Vivo ya permanentemente en una maraña fascinante de ideas y proyectos por alumbrar, esta es la excusa que me he montado para vivir. El solo hecho de preguntarme “¿Cómo estoy en este momento del universo?” ya me impulsa irremediablemente. En este caso fueron Los Despiertos que se pusieron en contacto conmigo y me dieron carta blanca. Aproveché el encargo para desplegar esta fábula que hacía tiempo que me rondaba, que le ronda a cualquier dramaturgo/a: escribir un diálogo para que no pase nada, para quedarse allí. El “tener que hacer cosas”, la seguridad personal, la elocuencia o la rapidez siempre las he vivido como una gran angustia; el escenario me ha permitido abrir esos espacios de duda y de torpeza. De ahí nace A la fresca.

¿Quiénes y cómo son esos tres personajes que habitan esta historia?

Son un escritor, una cocinera y un albañil, los tres tratados desde el estereotipo poético. No me interesa su psicología ni sus problemas, sólo su capacidad de imaginar y jugar con su función en el mundo. Es un encuentro de tres poemas, la inspiración, el cuidado y la naturaleza.

Sobre las tablas, Alberto Berzal, Israel Frías y Luis Rallo. No ha elegido mal… 

Ellos me eligieron, la vida manda. Son tres personas nobles, con un corazón y una ternura excepcionales que trabajan mucho desde hace tiempo por mantener su honesta compañía y su oficio. Así da gusto.

Háblenos de su trabajo en la dirección.

Hablo mucho cuando dirijo, allí estoy en paz y entusiasmado, fuera del mundo, sosteniendo las normas poéticas de esa realidad que se abre paso allí, en la sala de ensayo. Adoro el trabajo de mesa, lo alargo mucho, es el momento fundacional donde se abre la profundidad y la amplitud, la otra vida. Para mí es muy activo y sutil. Mis propuestas suelen ser muy austeras, hablan de la delicada aparición de la Poesía donde apenas había una silla, del encandilamiento: el espectáculo resultante es una prolongación del trabajo de mesa, es decir, de la facultad de visualizar y compartir lo invisible, hacer de este proceso el motivo de la obra.

“Estoy fingiendo que escribo para tener algo que escribir y que la gente vea a alguien que escribe todavía, porque confío que sea bonito mirarme…”. ¿Cuánto hay de Pablo Rosal en sus personajes?

Estoy compartiendo mi sensibilidad con la esperanza de que coincida con otras sensibilidades y para ello es imprescindible que hurgue bien, que sea honesto, que me utilice. Sólo en lo hondo de lo subjetivo encontraré lo que no es mío. Todos los personajes son partes que me componen, pequeñas verdades, mitos y obsesiones hechos cuerpo. Pero yo no soy lo importante: en mí, como en todas las personas, habita la sensibilidad universal; mi trabajo es descubrirla a través y a pesar de mí, despersonalizarla, engalanarla y compartirla con generosidad.

Cuando uno escribe, ¿busca alguna respuesta? ¿Las halla?

Uno escribe para ordenar y cuando algo está ordenado se ve con más claridad y entonces se expande algo. De esta manera la búsqueda funciona sola y la respuesta deja de ser el motor, en efecto, porque, como decía Clarice Lispector “(…) y comprender es un nuevo misterio”. Sobre todo, lo que uno halla es vivencia. Leer o escribir con atención es inscribir en el alma, deviene experiencia propia. Y entonces, la transformación ocurre sola, cuando no se busca.

¿Y cuándo dirige? ¿Se aclaran esas ideas previas o se complica todo más?

En el teatro, la posibilidad de dirigir es el gran regalo, que sólo tiene sentido si ha habido mucho trabajo y honestidad. Ser la persona responsable de dar la forma y el ritmo finales, qué privilegio. Suelo dirigir mis textos, así que conozco el tremendo trabajo que hay detrás: de esta manera el director no tiene más remedio que respetar y seguir ese trabajo. Hacer crecer, remar a favor. La obra nació de una intuición, sensación o imagen, la dirección tiene que redescubrirla y entregarla orgánicamente. Sólo hay una ley en la creación: la sencillez.

¿Es usted celoso de su obra o los cambios al contacto con los actores son bienvenidos? ¿Cómo se llevan su yo dramaturgo con su yo director?

La misión de la dirección es muy clara: hay una obra de arte y un discurso por hacer y hay que cautivar, por supuesto, pero hay que entretener, en el mejor de los sentidos. Conducir, sostener, regalar, vibrar, y eso no va en demérito de nada. La experiencia de la lectura íntima es muy diferente a la de la sala con el público. Con el tiempo he aprendido a desprenderme de muchas réplicas o cambiarlas en pro del arte del espectáculo. Amo corregir, el purismo ya está en el texto, que con suerte estará publicado.

Cuando escribo interpreto las réplicas y las pongo en el espacio del teatrito interior. Mi yo director sigue el proceso de escritura como un mono bailongo, expectante y entusiasta pero respetuoso y sin imponer limitaciones. El escritor trabaja mucho, se lo pone muy fácil al director.

¿Qué espera Pablo Rosal del público que vaya a ver esta obra? ¿Qué feedback le han devuelto ya los espectadores en las funciones que se han hecho?

El público en El Escorial, Sevilla y Avilés estaba encantado y las críticas fueron muy sensibles y celebrativas. Es un espectáculo descaradamente honesto y muy íntimamente festivo, sólo puedo aspirar a que se aprecie eso y no se caiga en el fácil “Es que no pasa nada”, o este tipo de juicios sobre lo evidente que cierran la puerta a cualquier cosa. Como dice Bachelard: “En cuanto estamos inmóviles estamos en otra parte; soñamos en un mundo inmenso.”: sólo puedo esperar que el público venga cada día con un estado propicio para ensoñar conjuntamente, a eso les invitamos.

¿En qué más anda Pablo Rosal?

Tengo dos textos escritos hace tiempo, que son las niñas de mis ojos, que andamos buscando la manera de llevarlos a cabo. Una parábola política sobre la pérdida de la calidad y un festín humorístico y esperpéntico. A ver qué pasa. Por otro lado, estoy apasionado dando clases de dramaturgia en la Abadía con un grupo maravilloso y empezando a escribir tímidamente muchas cosas. Y, por supuesto, disfrutando del éxito de Hoy tengo algo que hacer con Luis Bermejo en el Teatro del Barrio y la gira que empieza pronto. Gracias.

Nave 10 Matadero – Nº Febrero 2025

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