Roberto Enríquez vuelve a Pandur. ¿Se le puede decir que no?
No se le puede decir que no. Es un sitio al que siempre uno desea volver. En este caso lo sabía con tanto tiempo que reservé el hueco y mil veces volvería a repetirlo…
¿Por qué, qué tiene de especial?
Hacer teatro con Tomaz es algo diferente. Te deconstruye como persona, te invita a lanzarte al abismo y en medio de ese sitio que no puedes racionalizar aparecen cosas maravillosas. Es un creador total.
¿Cómo es el proceso de trabajo?
Primero, hay un periodo de ensayo, de trabajo. En este caso además tiene una dificultad formal importante, y después empieza ese trabajo mediante improvisaciones donde él genera unas atmósferas que te resultan tan inspiradoras y tan fáciles que solo tienes que lanzarte, perder el miedo, con la música, la luz, un vestuario desde los ensayos que es ya bastante aproximado, la sangre, todos los elementos, desde ahí ocurren las cosas y construye sobre nosotros lo que cada uno es y va dando. Es una experiencia total. Los ensayos son algo esencial, incluso el momento de pasar de la sala de ensayo, que es un lugar más o menos íntimo, al teatro, incorporar todo el equipo técnico, toda la parafernalia… incluso en esos momentos, ha habido momentos de encontrar perlas por el camino. Tomaz consigue, lo que más le importa e intenta que todo lo técnico y lo accesorio no sea algo que dificulte, sino que ayude e intenta mantener la atmósfera, ese lugar donde te invita a tocar el abismo.
Dice Pandur que su búsqueda es también nuestra búsqueda. ¿De qué manera nos vamos a sentir identificados en el siglo XXI?
Hay algo que en el siglo XXI, en el siglo XV y desde la era de los tiempos no cambia: la condición humana. Todos nos reconocemos en un hombre que es contradictorio, complejo, que a ratos es descreído y a ratos es apasionado, al borde de sufrir por un lado, pero luego es capaz de reinventarse a sí mismo, siempre buscando algo nuevo.
Si nos hubiésemos colado en uno de sus ensayos, ¿qué habríamos visto?
Habríais visto momentos en los que hablaría el corazón de los actores, momentos de belleza dolorosa, momentos donde ves gente que está haciendo algo apasionante y en lo que le va la vida. No me quiero poner muy cursi, es un acto de amor.
Ha pasado casi una década de aquel “Infierno” que los unió. Entonces fue Virgilio, ahora Fausto.
Fausto guarda todas las esencias de los grandes personajes. Es el relato perfecto del alma humana. Lo que pasa es que es un héroe negativo, que simboliza la eterna insatisfacción del hombre. Nos reconocemos en sus defectos y en sus pecados, en su soberbia, en su egoísmo, pero, sobre todo, en su angustia existencial, en ese estar buscando siempre y no estar contento.
¿A cambio de qué vendería usted su alma al diablo?
Fausto vende su alma por intentar encontrar la respuesta de la existencia. Yo la he vendido por cosas mucho más terrestres y a diario (risas). A veces renunciamos a quienes somos por miedo, por intereses y hacemos tantas concesiones, somos tan infieles a nosotros mismos en tantas ocasiones que yo creo que son pequeñas ventas de alma. Y, como todos, lo hago a diario aunque intento luchar contra ello.
Si pudiese volver atrás veinte años, ¿qué le diría a aquel joven?
Creo que el Roberto de hace veinte años era el Roberto de aquellas circunstancias. Cada momento tiene su afán y su lucha y, a veces, hasta que no pasas por él no recibes la verdadera enseñanza. Le daría un abrazo muy fuerte para darle muchos ánimos para seguir adelante y le diría: ‘venga, que tú puedes, ánimo’.
Le hemos visto en cine y en televisión, pero ¿qué es el teatro para usted?
Momentos maravillosos de magia, que es lo que busco como actor, los he encontrado en cine, en TV y en teatro. Pero en el teatro siempre hay algo como de entrar en una misa, estar en comunión con el público, compartimos con el respetable un momento único que no vuelve a ocurrir. Y esa es la magia.