Silvia Marsó

 Ha entregado su cara, su cuerpo y su voz a algunas de las grandes mujeres de la literatura: la Nora de Ibsen, la Yerma de Lorca o la Amanda de Tennessee Williams… Silvia Marsó lleva más de tres décadas de oficio. El mismo que ha visto cómo aquella niña que con diez años quería ser actriz hacía un hueco a su nombre entre los grandes de nuestro país. Para el recuerdo quedan también trabajos como “La madre muerta”, “Canguros”, “La gran sultana” o “Hécuba”.
Le llega el texto, lo lee, lo cierra. ¿Y luego qué, qué fue lo primero que se le pasó por la cabeza?

Lo primero fue leerlo porque me lo ofreció Sergio Peris-Mencheta. Tenía muchas ganas de trabajar con él, había visto sus trabajos, “Continuidad de los parques”, “Incrementum”, “La tempestad”, y me apetecía mucho trabajar con él. Y luego ya al leer la obra, me pareció muy interesante, porque es una comedia pero no es una comedia al uso.


Dos cuarentones con sus histerias que acaban juntos. Parece lo de siempre, pero dicen que no lo es. ¿Qué es lo más original de “La puerta de al lado”?

El texto en sí, la manera cómo está escrita, el retrato de esas dos personas que son tan contradictorias y tan contrarias (risas). Y luego que es como un combate ideológico y filosófico, crudo, en directo, durante una hora y media, hasta que acaba, como todo el mundo prevé, porque se dice al principio, pero la gente no se explica cómo pueden acabar juntas estas dos personas que se llevan tan mal. Yo creo que esa es la gracia de la obra.


¿Cuál es la primera frase que suelta su personaje? ¿O la  más aguda?

¿Está al corriente de que Bruckner era el compositor de cabecera de Hitler?


Háblenos de su personaje…

Es una mujer psicóloga, lacaniana, que se corta todas las emociones, las corta, no las expresa, a veces parece dura, parece antipática, en realidad lo es. Es una persona que defiende la honestidad, la cultura, el arte, pero de una manera casi intransigente, dogmática. Es un personaje difícil de hacer porque tiene que hablar como una metralleta.


¿Qué consejo y/o reproche le daría o haría a su personaje?

Yo todos, porque no me parezco en nada (risas). Me está costando mucho encarnarlo. Creo que esta mujer se está perdiendo muchas cosas de la vida por su férrea actitud, tan hiératica y distante con la realidad aunque su pensamiento sea tan rico y tan inteligente.


¿Cómo es la Silvia Marsó vecina?

Soy de lo más normal y corriente (risas). A mí me gusta mucho la vida social, compartir. Me gusta mucho ser vecina y soy una persona que me aísle, al revés.


¿Cómo sería el vecino o vecina capaz de sacar de quicio a Silvia Marsó?

No, nunca he tenido un vecino que me sacase de quicio, he tenido esa suerte. Supongo que gente que ponga música muy alta a horas intempestivas, no sé, pero no me ha pasado.


¿Cómo está siendo el trabajo con Sergio Peris-Mencheta, qué ha descubierto Silvia Marsó de él?

Ya sabía que era muy inteligente y que era una buena persona. Me gusta este punto de locura que es imprevisible y entonces yo no lo había percibido, pero a la hora de trabajar es muy interesante, porque huye de lo convencional.


¿Y sobre sus compañeros?

Siempre es una aventura interesante conocer a un nuevo compañero como Pablo o como Litus o como Tòfol, que es el músico que alternará las actuaciones con Litus, los compañeros enriquecen mucho, porque siempre aprendes de tus compañeros y todos te aportan algo nuevo.


La Nora de Ibsen, la Yerma de Lorca, la Amanda de Tennessee Williams. ¿De repente papeles como este sirven para desdramatizar un poco?

Sí, me apetecía hacer comedia porque desde “Aquí no paga nadie” de Dario Fo y “Otras versiones de la vida” de Yasmia Reza no había vuelto a tocar la comedia.


¿Duelen los personajes?

Sí, claro, y si no te duelen es que no estás trabajando con el alma y yo soy una actriz que me implico emocionalmente en cada proyecto.


¿Y se quedan un poco contigo?

Te ayudan a ser mejor persona los personajes grandes. Tú creces junto a los personajes, enriquecen, aunque sea a través del dolor. Yo creo que después de hacer una Yerma o una Nora, no te quedas igual que antes de haberla hecho, entiendes muchas más cosas del prójimo.


¿Recuerda su primera vez importante sobre las tablas? ¿Su primer aplauso, su primera felicitación?

Hace muchísimos años. He tenido la etapa de estudiante, que también hacíamos actuaciones en el Barrio Gótico de Barcelona con compañeros del Instituto del Teatre, esos primeros aplausos de la gente que iba por la calle, nosotros les hacíamos un espectáculo y eso es una forma también de iniciarse en el mundo del teatro. Otro momento que quiero también destacar, puesto que estamos en el año cervantino, aprovecho la ocasión, otra sensación que me impresionó fue cuando estrené “La gran sultana” de Cervantes bajo la dirección de Adolfo Marsillach en la CNTC, porque, no por el hecho de hacerla con Marsillach que ya para mí era un regalo y un reto, sino por el hecho de que nunca jamás la había interpretado una actriz, era una obra inédita de Cervantes y fui la primera actriz que encarnó ese personaje y eso me produjo un vértigo impresionante. Es otra anécdota que recuerdo como algo muy especial para mí.


Como productora teatral estrenó “Tres versiones de la vida” o “Aquí no paga nadie”. ¿En los tiempos que corren se plantea volver a producir?

Llevo seis años sin producir porque con la subida del IVA y todo esto no me he atrevido. Pero en este caso como éramos Sergio, Pablo y yo, nos lanzamos a hacer algo en común.


Otros proyectos: a la vista y soñados.

Seguir trabajando en obras que a mí me gustaría ver como espectadora. 

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