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Entrevista a Lidia Otón por Vuelan palomas

Publicado el 29 de Septiembre de 2023

Entrevista a Lidia Otón por Vuelan palomas

Obra: Vuelan palomas - Teatro de la Comedia y Teatro de La Abadía

 Lo que hace José Luis Gómez, todo el material que te da es un tesoro, aunque a veces es difícil y es duro. Por eso es un maestro

Formada en el Instituto del Teatro y Artes Escénicas de Gijón y en Teatro Margen, creció en La Abadía, bajo la dirección de José Luis Gómez. Actriz de talento descomunal, donde más veces la hemos visto brillar ha sido sobre las tablas. Siempre a las órdenes de grandes directores, Gómez, Gerardo Vera, Miguel del Arco, Carlota Ferrer..., y siempre bordando papeles: “Entremeses”, “Retablo de la avaricia, la locura y la muerte”, “Veraneantes”, “La nieta del dictador”, “Maribel y la extraña familia”, “Fuenteovejuna” , “Amor, amor, catástrofe”, “Lope y sus Doroteas”... Compagina su labor actoral con la formación. 

Lidia Otón creció como actriz en La Abadía con José Luis Gómez como maestro. ¿Cómo recuerda aquellos días? 

Lidia Otón llegó a La Abadía con 23 años, recién llegada de Asturias, con una experiencia de teatro durante los cuatro años de formación que tuve la suerte de trabajar en una compañía que se llamaba Teatro Margen. Cuando llegué a La Abadía conocí otra manera muy diferente de trabajar. Primero, durante los meses de formación y después durante el montaje de los "Entremeses", que fue mi primera incursión en el teatro de Cervantes y en el Teatro de La Abadía. Descubrir a José Luis como director fue un multiuniverso, por así decirlo (risas). No fue fácil para mí, porque yo no tenía mi cuerpo ni mi instrumental preparado para la exigencia de aquel entonces de La Abadía. Había una exigencia muy grande en cuanto a que el actor tenía que estar preparado vocalmente, físicamente y sensorialmente.

Me tuve que poner las pilas y fue un trabajo de mucha exigencia y que duró mucho tiempo, no solamente fue al principio, sino que durante un buen número de años estuve ahí persiguiendo, a veces acertadamente y otras veces no tan acertadamente, todo aquel trabajo que era necesario para estar a la altura de lo que era La Abadía entonces. Fue duro, pero al mismo tiempo fue, poco a poco, siendo placentero encontrar el gusto por la palabra y también la plasticidad del cuerpo en comunión con la palabra. Eso nos lleva hasta hoy.

Este texto de hoy en día también nos exige eso mismo, un trabajo vocal muy degustado, muy sensorializado, muy esculpido. A José Luis le gusta mucho decir que tenemos que esculpir la palabra y estos texto de estos predicadores exigen eso exactamente, que esculpamos la palabra y después nosotros también tenemos que esculpir con nuestro cuerpo el espacio.


 

En la sociedad de la información, de las redes sociales, de la hiperconexión, ¿estamos olvidando el poder de las palabras?   

Yo creo que sí, mucho. El lenguaje epistolar, escribir cartas, te exige encontrar una manera de expresión y eso también se está perdiendo, porque lo que hacemos en los 'whatsapps' o en las redes sociales es como muy concreto, sintetizamos mucho. Cuando escribíamos cartas encontrábamos un lenguaje escrito más elaborado que también nos ayudaba a encontrar un lenguaje oral, verbal, mucho más elaborado. Y ahora parece que nos cuesta construir frases subordinadas, explicarnos. Incluso ves a los políticos, que tenían su dialéctica, su retórica, y que ahora no tienen ni retórica, ni dialéctica, ni nada, está todo leído y organizado por una persona también ajena al político mismo. Yo creo que sí, que está muy denostada la palabra y justo hoy José Luis nos hablaba de la riqueza de nuestra lengua, que es un tesoro. Cuando vas a toda Latinoamérica te das cuenta porque en cada país se habla un castellano con una riqueza de palabras completamente diferente.


 

Mucho de todo esto hay en "Vuelan palomas". 

Son textos de predicadores, que utilizaban la palabra y también herramientas de los actores, para llegar al público, para que la palabra tuviese poder, es decir, que la palabra fuese una herramienta social, política y religiosa. Esos textos de predicadores áureos, del Siglo de Oro, son desconocidos y Javier Huerta y José Luis han hecho un trabajo de recopilación maravilloso y han tenido que seleccionar, dentro de esa riqueza, de esa abundancia, dlos que ellos han considerado más interesantes.

Estos hombres utilizaban herramientas actorales para llevar a la práctica estos sermones que escribían y a veces los hacían en la calle, no solamente desde las iglesias. Lo más interesante es saber que utilizaban estos recursos actorales para hacerlos más dramáticos, más intensos y para manipular al pueblo, para expulsar a los judíos, para expulsar a los protestantes, para incidir en la moral de la época, para recortar libertades y también para moralizar sobre el pueblo.


 

¿Y las mujeres?

Hay textos de mujeres, sobre todo religiosas. Mujeres muy inteligentes, que tenían una necesidad imperiosa de manifestarse, de expresarse, de llegar al pueblo y que no lo podían hacer. Mujeres que fueron nuestras primeras prosistas, como Teresa de Cartagena, y que todas se metían a monjas para que no las casasen y poder escribir y estudiar, pero nunca podían  predicar. Se han recogido textos de mujeres, como María Calderón, que fue actriz y amante del rey Felipe IV y que tuvo un hijo con él, que era Juan de Austria y que al ser madre de su hijo la metieron en un convento; María de Cazalla, que fue una mujer que se casó y tuvo no sé cuántos hijos, pero ella decía que no sentía placer, fue torturada por la Inquisición porque la acusaban de luterana; María de Santo Domingo, que era una iluminada que se creía la esposa de Dios y que tiene un texto maravilloso, entraba en éxtasis hablando con Dios y tenía una relación de placer.

Principalmente se basa en esos textos unidos también a una música que acompaña a estos textos. La música no puede faltar en un espectáculo en el que hay música en la palabra, música en los cuerpos y música en el sonido, y la plasticidad. La plasticidad con la que José Luis está plasmando todos estos cuadros que parecen pequeños retablos, cada sermón, cada escena, cada predicador es como un pequeño retablo.

Eso es lo que va a ver el espectador, una selección de textos desconocidos donde la belleza musical, la platicidad física y la plasticidad de la palabra nos evoca lo que el poder de la palabra en el peor sentido y en el mal sentido, en la manipulación y también en la belleza.


 

Hablábamos del poder de las palabras. ¿El teatro puede ser la receta para entendernos? 

Yo creo que el teatro tiene mucho poder y todavía podríamos hacer que tuviese más si utilizásemos mejor la palabra. Estamos en un momento en el que creemos que la comunicación está en lo cotidiano. Creo que con los años el poder de la imagen audiovisual, del tipo de lenguaje y de maneras de expresión de la televisión y del cine, han querido que en el teatro seamos tan cercanos como la televisión y el cine y hemos descuidado la palabra.

El que demos valor a la palabra no tiene que significar que perdamos organicidad, que no seamos cercanos, que no seamos certeros, pero creo que todavía podemos tener más poder con la palabra si hacemos más factible lo que estamos diciendo y para eso hay que mimar la palabra, hay que llenarla de imágenes.

No pensar que solamente con decir ya hemos comunicado, no es así, tenemos que llenar la palabra de sentido, de acción, de imágenes y ese es un trabajo que nos va a dar mucho poder desde las tablas, pero, por supuesto, creo en el absoluto poder del teatro y de las historias que contamos y de cómo las tenemos que contar.

Y creo que todavía tenemos mucho trabajo que hacer con el espectador, que es nuestra responsabilidad. Creo que la responsabilidad del actor no solamente es sentir, no solamente es hacer sentir al espectador, sino hacer que el espectador vea y el espectador no puede ver si el actor no cuida las palabras.

Por eso creo que el trabajo que estamos haciendo va a ser muy útil, porque le damos mucho valor a la palabra, pero también a la intención de comunicar. No solamente que la palabra esté hermoseada, que la palabra sea bella de escuchar, sino que la preocupación o la ocupación de José Luis y nuestra tiene que ser en cómo hacemos llegar esa palabra, lo que comunica esa palabra. 

 


 

¿Cómo ha sido el reencuentro con el maestro José Luis Gómez?

Para mí ha sido maravilloso por lo que ha significado. Me encontré con él siendo una niña de 23, soy ahora una mujer de 52, aunque yo a veces siento en su mirada que me sigue viendo como aquella niña. A veces me hace algunos comentarios  y yo digo 'No se da cuenta José Luis de que no son los méritos que ha hecho aquella niña de 23 años, que es normal que esta mujer de 52 sepa escucharle y sepa entender lo que me está pidiendo'.

A veces él todavía lo sigue considerando como algo extraordinario y yo lo considero como algo normal que ha sucedido a lo largo de estos años, que es normal que ahora le entienda mejor y que me sea mucho más no fácil, pero que pueda reproducir o traducir lo que él me pide a mi cuerpo y con mi voz, con mi instrumento, que el instrumento esté afinado. Pero yo también he necesitado mucho tiempo para que mi cuerpo esté afinado y han sido muchos años fuera de La Abadía, trabajando con otros directores, y todo ese camino me ha llevado a que ahora me sea fácil trabajar con José Luis.

Y para mí ha sido muy grato darme cuenta de que mi cuerpo por fin lo entendió (risas). No sé si nos hubiésemos encontrado hace diez o quince años en un montaje como este yo hubiese tenido la facilidad que he encontrado para trabajar con él. Pero sí que la he encontrado y eso para mí es muy grato porque ha sido como un máster.

Yo consideraba este montaje un máster, la lección penúltima del maestro, pero sabía que tenía que encontrarme con él en este momento y para mí era una prueba. No quiero decir que me tenga que probar a mí misma, pero para mí era una asignatura pendiente. Y cada día es una asignatura que tengo con él: cómo puedo llevar el trabajo todavía más allá, ese es mi reto. Y estar a punto con él, que no es fácil.

No me he encontrado con ningún director ni directora en mi vida, jamás a lo largo de estos años, con la exigencia de José Luis Gómez. Jamás. Ha sido maravilloso, pero para mí ha sido una prueba decir "¿Estás a punto para trabajar con este señor con esta exigencia". Porque requiere un entrenamiento físico, requiere un entrenamiento vocal... A veces la vida no te permite tener el cuerpo a punto, la herramienta a punto, el actor no siempre está afinado y trabajar con José Luis requiere estar afinadísimo.

Para mí es maravilloso poder decir aún a estas alturas tengo tanto que aprender, es que no lo tienes conseguido, da igual que tengas 52 o 60, vas pasando etapas pero tovaía hay cosas que tienes que seguir aprendiendo y currándotelas y eso con José Luis te das cuenta desde el momento cero. Por eso es un maestro. Realmente lo que él hace, todo el material que te da, es un tesoro y no puedo decirlo de otra manera, aunque a veces es difícil y es duro. 


También se ha reencontrado con compañeros...

Marcos Toro, Clemente García, Roberto Mori y Alberto Granados, que es el músico... Me gustaría incidir que en aquellos "Entremeses", cuando yo comencé en La Abadía, tenía como compañero a Roberto Mori, que ha sido compañero mío en Asturias, me he formado con él, estudiamos juntos, nos vinimos juntos a Madrid y nos reencontramos también aquí en "Vuelan  palomas" con el maestro. El trabajo de reencuentro con compañeros de La Abadía es maravilloso y especialmente con él, mi amigo y compañero de vida Roberto Mori, compañero de vida actoral y de amistad inmensa. El resto del equipo también es importantisimo, Álvaro Nogales, como ayudante y todos los demás que forman parte del equipo artístico.

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