Revista teatros

Se basta y se sobra sobre el escenario. Reina Concha. Sola, pero brillante como siempre. Concha Velasco, inolvidable Santa Teresa, desgarradora Hécuba, se convierte ahora en Juana de Castilla, o Juana la Loca, uno de los personajes más conmovedores de nuestra historia. Y lo hace para darle su voz, su cuerpo, su rostro y su alma y que aquella nos cuente su vida y pueda rendir cuentas a los que pasaron por ella antes de morir sola y alejada de lo que más quería: sus hijos. Convertida en una sombra por su marido, su padre y su hijo, Ernesto Caballero le ha dado luz en este magistral monólogo que dirige la mano sabia de Gerardo Vera.  Premio Nacional de Teatro, Medalla de Oro a las Bellas Artes y al Mérito en el Trabajo, Goya de Honor, Premio Toda una Vida de la Unión de Actores… No caben los premios en el curriculum de la que es una de nuestras actrices más queridas y respetadas. Una fiera sobre las tablas –“Hécuba”, “La vida por delante”, “Olivia y Eugenio”– a la que hemos podido disfrutar también en decenas de películas y series de TV –“París - Tombuctú”, “Gran hotel”, “Bajo sospecha”–.

¿Cómo se transita alejada del reino de los cuerdos?

Hay muchas cosas que nos unen a todas las mujeres con Juana, esa gran mujer maltratada no sólo por la historia, sino por su padre, su esposo, su madre, su hijo y su nieto. Es la gran maltratada de la Historia. En la España del XV y el XVI, la reina de las reinas, que nunca cedió su corona, estaba encerrada de por vida, desde los 23 hasta los 76 que muere, para robarla no sólo la coro-na, sino la intimidad, la vida. Es también la gran desconocida. La conocemos en el momento en que muere Felipe el Hermoso, pero no a la Juana que la última noche de su vida, del 11 al 12 de abril de 1555 se confiesa ante san Francisco de Borja.

¿Qué ha descubierto de ella que antes no sabía?

Para empezar que no estaba loca. Sí terminó estándolo al final de su vida, después de que la dejan abandonada tiene una enorme depresión, unas pesadillas angustiosas y una psicosis tremenda. También que el odio, el rencor y la venganza la mantuvieron viva.

¿Cuál es la primera frase que dice?

“Me descuido, lo descuido todo”.

Se emociona...

Suelo dejar los personajes cuando llego a casa, pero con Juana no puedo. Tras la función de Santander no sabía volver a la realidad porque me había dolido tanto ese final en el que cae de rodillas y dice “escuche mi confesión padre, ahora mi nieto podrá dormir tranquilo y yo también cuando le cuente lo que le tengo que contar” y le confiesa lo que no voy a desvelar (risas). ¡Qué mujer tan poderosa, tan tremendamente maltratada por todos! –se emociona–.

¿Tienen mucho en común?

Sí, muchas cosas. Me gustaría decirte que no, pero sí, muchas cosas me duelen como mujer: el porqué una mujer se enamora de esa manera tan rotunda y no comprende la traición amorosa. Para los hombres esa pasión no significa nada y eso sigue pasando.

Juana es ninguneada por todos los hombres de su vida y ahora son dos hombres los que le dan luz...

Ernesto ha hecho un texto bellísimo, poético, difícil... Me ha costado entender el porqué de un texto tan duro y tan fuerte, pero ahora no lo cambiaría por nada del mundo. Sobre escritos que han rodeado aquella noche misteriosa ha hecho un texto a la altura de Shakespeare. Y Gerardo... Lo he perseguido desde el año 89. Tenía ganas de trabajar con él y he descubierto que es maravilloso, cercano, sin él no hubiera podido hacerlo, me ha dirigido tan bien, con tanto cariño, con tanta com-prensión con mis dudas, mis miedos y mis equivocaciones en los primeros ensayos...

¿Y usted, de dónde saca la energía?

Me encanta mi trabajo, soy actriz vocacional, no he querido ser otra cosa en mi vida. Soy un poco todos los personajes que he interpretado.