Revista teatros

“Una fuerza conmovedora y una verdad interpretativa recorren el alma de Alicia para abordar el personaje de Solange”. Son las palabras con las que el director Luis Luque presenta a esta actriz de gran popularidad gracias a sus éxitos en TV –como “Periodistas”, “Hospital central”, “La embajada”– y teatro –“Tierra de fuego”, “Agosto”, “La señorita Julia”–. Acompañada en escena por Ana Torrent y Jorge Calvo, la madrileña se perfila como la gran novedad de esta apasionante historia adaptada por Paco Bezerra en la que la envidia, la rabia y el conflicto de clases sociales conducen a un terrible desenlace. Por ANA VILLA

¿Cuál es su visión de “Las criadas”?

Es una obra de Jean Genet que pertenece a su mundo, que era un mundo muy muy muy particular. Más que una obra realista, es como un sueño. Son dos hermanas que son criadas en casa de una señora y vemos la relación que se produce entre ellas. Pero lo que se cuenta en ese triángulo es mucho más, se habla de cómo la falta de amor puede conducir a la oscuridad, la destrucción y la muerte.

¿Qué caracteriza a esta pareja de hermanas que usted misma interpreta junto a Ana Torrent?

Que han tenido una falta absoluta de afecto en su vida. Reflejan mucho al propio Genet, que fue un niño sin familia, se convirtió en ladrón y estuvo en la cárcel muchos años. Él tiene todo un asunto con la soledad, el desamor, el abandono, el crimen, la autoridad y la policía… todo esto está en la obra. Dicen que está basada en un hecho que ocurrió en el año 1933 en Francia, donde las hermanas Papin asesinaron y descuartizaron a su señora y a su hija. Genet creo que lo negaba…

¿Qué motivación ha supuesto para usted aceptar un trabajo tan complejo como el que requiere esta pieza?

Es una función muy catártica. Genet no quería verse reflejado en el teatro, sino ir al teatro para ver lo que no quería ver de sí mismo. Y “Las criadas” es eso: un lado que no queremos ver de nosotros mismos. Pone encima del escenario la carencia, la crueldad, el instinto destructivo y la falta absoluta de afecto. Es una obra en la que los personajes se lo dicen todo, una versión de Paco Bezerra muy poética y, al mismo tiempo, despojada de todo tapujo. Es una obra muy catártica por las cosas que se hacen y se dicen. Yo, solo leyéndola, dije ¡no me puedo perder esto…! (risas).

¿Qué sucede en la función?

Estas dos hermanas han tenido un destino terrible y no pueden soportar su vida. Viven al lado de una mujer que es todo lo contrario: una señora que lo tiene todo –pieles, joyas, diamantes…– . Ellas quieren ser como la señora pero, al mismo tiempo, la quieren destruir. Todos los días, en cuanto la señora sale por la puerta, hacen una ceremonia en la que una hace de la señora y la otra hace de su hermana. Mi personaje –Solange– hace de Claire y Claire hace de la señora. En ese juego de espejos nos insultamos y despreciamos, hacemos una especie de exorcización de todo lo que nos pasa por dentro con esa mujer. Y luego, cuando ella llega, todo súper normal. Son bastante complicaditas las dos... (risas).

Más en profundidad, ¿cómo es Solange?

Es la hermana que está más conectada con el agujero negro afectivo. Es el arquetipo del personaje envidioso y todo su asunto tiene que ver con poder agredir. Es bastante sádica y masoquista, pues disfruta con la humillación.

¿Qué define realmente a la señora?

Es una mujer caprichosa, melodramática, llena de sí misma y muy vanidosa que nos trata como si fuéramos hormigas o cucarachas. Por eso queremos ser como ella y la queremos matar.

¿Qué hace a esta propuesta irresistible?

Que es una invitación a adentrarse en el lado oscuro del corazón humano y de la locura. Mostramos en el escenario lo que la falta absoluta de amor puede producir.

¿Qué está suponiendo para usted la pandemia que estamos atravesando?

Yo estoy muy preocupada y asustada. Creo que esta situación está sacando a la luz mucha oscuridad que ya estaba allí, pero ahora se está poniendo en evidencia en muchos sectores de nuestra sociedad. Es difícil acceder al lugar de la alegría, pero esa es otra lucha que intento llevar día a día, como todos.