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Entrevista a José María Pou por Viejo amigo Cicerón

Publicado el 01 de Febrero de 2021

Entrevista a José María Pou por Viejo amigo Cicerón

Obra: Viejo amigo Cicerón - Teatro de La Latina

 El público nunca podrá prescindir del teatro para la reflexión y nosotros tampoco faltaremos al compromiso con el público

 Para los amantes del teatro y de esos grandes personajes que nos hacen frenar en seco y cuestionarnos a todos los niveles, pocos goces hay semejantes a charlar un ratito con estos tres grandes hombres de la escena. Sumen al trío formado por Ernesto Caballero, Mario Gas y José María Pou a Marco Tulio Cicerón y obtendrán una reflexión lúcida y actual de todo lo que nos está pasando. Que ya pasó antes, por cierto. Junto a los actores Alejandro Bordanove y María Cirici, nos visita este viejo amigo Cicerón. Y no se asusten por el romano, no hay teatro más contemporáneo que este. 

Voy a empezar con un fragmento de la obra: “No necesitamos héroes; lo que necesitamos es escoger a los mejores para que nos representen”. En los últimos tiempos, en la pandemia, incluso ahora en la nevada, hemos escuchado la palabra héroes muchísimas veces. Parece mentira que esto lo dijera alguien hace más de dos mil años, que esté escrito, que podamos leerlo, que podamos interiorizarlo y que estemos igual. ¿Qué nos pasa?

Por desgracia, el hombre no aprende nunca, el hombre no cambia y la historia se repite siempre y las circunstancias de la vida en sociedad y del colectivo y demás por desgracia siguen siendo más o menos las mismas, con la misma cantidad enorme de errores muchas veces y los mínimos aciertos que nos permiten seguir sobreviviendo. Parece mentira, sí.

Esta frase la pronunció exactamente igual, la dijo exactamente igual, la escribió exactamente igual Cicerón hace 2040 años más o menos, en el 40 antes de Cristo, al final de la República Romana.

Me encanta que hayas cogido esa frase, que es una de las que más llama la atención por supuesto en el público durante la representación. En cuanto pronuncio yo esa frase como Cicerón noto siempre como una especie de lo que a mí me gusta llamar doble silencio en el público, es decir, al silencio que ya existe para escuchar la representación se une de repente una especie como de aguantar la respiración, de contener el aliento, se produce un silencio tenso. También en otros pasajes de la función, pero ahí el público siente que apelamos directamente a la actualidad. Y digo a la actualidad, fíjate, a la actualidad de cuando estrenamos en Mérida hace más de un año y a la actualidad de hoy mismo. En ese corto tiempo cómo han pasado cosas y la frase sigue estando vigente.


 

Mucho...

Además, tú has hecho una lectura estupenda para estos momentos de pandemia. Es que parece escrita expresamente para ahora, es verdad. Necesitamos héroes, por supuesto, todo el mundo de la sanidad y de los servicios públicos y demás que se entrega hasta el final y muchos ciudadanos anónimos, pero en el fondo eso de “No necesitamos héroes” viene a decir “No necesitaríamos héroes” u “Ojalá no necesitáramos esos comportamientos heroicos si las cosas estuvieran bien dispuestas por parte de los políticos, si supiéramos elegir a los políticos ideales, si nos gobernaran los políticos ideales y dispusieran bien las cosas para que no hiciera falta que el ciudadano, más allá de ciudadano, se convirtiera en un héroe, incluso a costa de su vida”.

Leída así esa frase en ese momento me pone los pelos de punta. Pero es una más de los cientos de frases de las que está trufado el texto. Casi todo lo que se pone en boca de Cicerón como personaje está sacado de sus escritos literalmente y parece mentira que hace 2040 años se dijeran las cosas que se dicen que parecen hechas para ahora mismo. Hay montones de ellas. Como cuando se habla del respeto a la ley, cuando dice Cicerón a su secretario “Soy un ciudadano, no puedo aceptar ningún poder que pretenda estar por encima de las leyes”. Es un defensor enorme de las leyes y por eso se cargó a Julio César, siendo además su amigo de toda la vida. No dudó en instigar su asesinato simplemente para salvar la democracia, para impedir lo que no pudo impedir, que César se convirtiera en emperador y naciera el Imperio Romano y se cargara la República, que era el equivalente de la democracia.


 

“Viejo amigo Cicerón” se estrenó en julio de 2019 en el Festival de Mérida y más de un año después aquí seguimos. Ocurrió por ejemplo también con “Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano”. ¿Esto demuestra que el público está ávido de personajes como estos, de un teatro que no solo nos entretenga, sino que nos haga reflexionar?

Sí, efectivamente, y eso es algo que yo he venido comprobando casi siempre a lo largo de toda mi carrera. Si analizas todo el repertorio y son ya 52 años de teatro, yo he hecho muy poco de eso que se llama teatro de entretenimiento puro, porque yo creo que teatro como Cicerón, como Sócrates, como “Moby Dick” también es entretenimiento, lo que pasa es que la finalidad de ese entretenimiento es otra. Hay un entretenimiento cuya finalidad es hacer perder el tiempo y olvidar la realidad y hay otro entretenimiento cuya finalidad es aprovechar el tiempo para reflexionar sobre nosotros mismos y sacar de ello alguna consecuencia del hecho de haber ido al teatro. Tan válido uno como otro, perfectamente lícitos los dos.

Pero sí, efectivamente, lo de Cicerón y lo de Sócrates, como muy bien apuntas, que son dos espectáculos hasta cierto punto en paralelo, separados por apenas tres, cuatro años, son una buena muestra de que el público tiene mucho interés en verse reflejado en el espejo de la historia, en este caso, necesita de referentes tan grandes como Sócrates o como ahora es Cicerón para encontrar respuestas a muchas de las preguntas que se está haciendo continuamente y que quizás las figuras de referencia de hoy en día no le ofrecen.


 

Es complicado encontrar referentes hoy...

Yo supongo que es muy difícil hoy en día encontrar referentes actuales, entre otras cosas porque los que podrían serlo, los grandes intelectuales, los grandes pensadores, creo que llevan bastante tiempo como escondidos, como que les da un poco de vergüenza o miedo participar o mezclarse con una situación política que no nos acaba de gustar a casi nadie, una situación política muy embarrada, una clase política muy deslenguada y hasta me atrevería a decir, sin generalizar, no me gusta generalizar hablando de política, que hay sesiones del Parlamento que parecen patios de colegio de primaria y eso da mucha vergüenza ajena. Hay mucha cantidad de pensadores e intelectuales que podrían ser referentes y que, sin embargo, prefieren estar callados prudentemente.

Y si los referentes tienen que ser algunos de los políticos sobre todo aquellos que más gritan, que más vocean, que más mienten… no hace falta hablar directamente de Trump, que por suerte tiene ya un final total y que todos nos alegramos de ello, pero aquí en nuestro país conocemos muchos de esos políticos que no nos sirven de referente entre otras cosas porque la mayor parte de los ciudadanos estamos mucho mejor educados que ellos, tenemos mucho mejor vocabulario, tenemos muchas mejores maneras que muchos de quienes nos representan. Tristemente. Me da mucha pena decir eso, pero esa es la verdad.

Y entonces es lógico. El público vuelve los ojos hacia otros referentes y los históricos, como es el caso de Cicerón, Sócrates y otros muchos, el mirarnos en ellos nos devuelve un poco la dignidad que necesitamos y que parece que se pierde muchas veces con la política actual.

Fíjate que en el teatro con tanto miedo siempre de que acudan los espectadores en la medida que debieran y demás de repente ya nos pasó con el mismo equipo prácticamente, Mario Gas, Focus y yo, cuando hicimos “Sócrates…”. Había mucha gente que nos avisaba y nos decía, ‘Cuidado, Sócrates es una palabra que asusta mucho a la gente, parece que estés invitando a la gente a ir al teatro a una clase de filosofía y a aburrirse’ y, sin embargo, fue un éxito brutal llenando los teatros de toda España continuamente. En Madrid, en Matadero, estuvimos agotando localidades todos los días. Igual que en Barcelona, que tuvimos que programar tres vueltas consecutivas al Teatro Romea. La gente bramaba con Sócrates y lo mismo está pasando con Cicerón.

De alguna manera este espectáculo de Cicerón nació de aquella experiencia que tuvimos la productora Focus, Mario Gas y yo. Decidimos volver a mirarnos para reflexionar sobre hoy en día en otro gran personaje histórico y Cicerón era una figura ideal porque es una figura controvertida.


Era un hombre con luces y sombras...

El espectáculo no es ninguna hagiografía de Cicerón, no se habla de él como un santo ni como el paradigma ideal, era un hombre lleno de contradicciones. Hay quien piensa que era un chaquetero y que era muy egoísta, que cambiaba de ideología según le convenía, pero hay una cosa que está muy clara, era el más grande orador de su tiempo. Era un hombre que sabía emplear la palabra adecuada para el bien y para el mal, para calmar y para enardecer y que dominaba la elocuencia, eso que yo echo tanto de menos en la política de hoy en día, sobre todo en el Congreso de hoy en día. Al mismo tiempo era un abogado, el más célebre de su tiempo, el de más éxito, era un hombre que dominaba el mundo de las leyes y que las defendía por encima de todo.

Fíjate, después de estrenarla en Mérida y hacer algo de gira, la noche del estreno de la función en Barcelona en el Teatro Romea el año pasado a mediados de octubre coincidió justo al día siguiente en que se hizo pública la sentencia de los presos del ‘procés’. Con lo cual cuando encima del escenario yo como Cicerón defendía que uno no puede saltarse las leyes a la torera y que las leyes hay que respetarlas y que las leyes son sagradas y que es lo que nos mantiene unidos en democracia y garantiza nuestras libertades y demás, el público del Teatro Romea de Barcelona era como si estuviera asistiendo a un mitin. Estuvimos haciendo Cicerón en Barcelona en ese mes de octubre al tiempo que las calles prácticamente delante del teatro estaban incendiadas. Mientras por las  noches estaban quemando contenedores en la calles de Barcelona con auténtico peligro nosotros estábamos haciendo la función de Cicerón a teatro lleno y con el público entusiasmado.

Y eso independientemente de aquel momento puntual de Barcelona lo hemos vivido en toda la gira posterior. Hemos tenido la suerte de que aparte de los mínimos meses de confinamiento pudimos reanudar muy pronto la gira en cuanto se hizo posible abrir los teatros y desde entonces no hemos tenido que suspender prácticamente nada. Y en todas partes el público responde absolutamente igual.


 

“Unos ensalzan su coherencia política y su integridad moral; otros, en cambio, lo presentan como un político vanidoso, oportunista y débil de carácter”. Así lo expresa uno de los dos estudiantes que protagonizan la obra Viejo amigo Cicerón. Y probablemente fue las dos cosas, ¿no? ¿Se puede ser las dos cosas?

Sí, por supuesto. Se puede ser vanidoso, engreído, creerse el mejor, pero siendo eficaz.


 

Y también se puede dudar y cambiar de opinión.

Claro, y también se puede y se debe dudar. Y Cicerón dudaba de muchas de las cosas que hacía. Lo que pasa es que cambiaba de opinión, por supuesto, pero lo que no se debe hacer quizás es cambiar de opinión de manera egoísta e interesada pensando únicamente en uno mismo y en los beneficios que pueda sacar. Aquí en Cataluña en las dos últimas semanas hemos visto cuatro o cinco personas que han cambiado de partido, de ciudadanos al PP, del PP a Ciudadanos y todos pensando únicamente en el beneficio que pueden sacar personalmente si van o no van en las listas electorales, más que por ideología.

Hay una cosa importante en Cicerón, de la que el público se da cuenta durante el espectáculo: siendo un hombre que lo tenía todo, era el hombre más respetado, con una obra escrita ingente que todavía hoy en día todo aquel que estudia leyes la tiene como base fundamental, más allá de ser el más famoso orador de su tiempo que reunía a  miles de personas para oírle, el abogado más famoso, teniéndolo todo y ya con edad madura decidió, él podría haber sobrevivido perfectamente sin necesidad de meterse en política, ser senador y meterse en política porque como él mismo dice en la función, palabras suyas, “siento que tengo un compromiso con los ciudadanos, todo ciudadano debe comprometerse en mejorar su comunidad”. Él dice: “Mi obligación como intelectual es crear debate y participar en la conversación pública”.

Fíjate él mismo dice que no basta con ser intelectual, la obligación de los intelectuales es ayudar a la ciudadanía a entender las cosas. Y entonces se metió en política ya mayor y cuando vio todo el problema de Julio César, que quería  cargarse la República, no dudó en formar parte de un grupo de gente, capitaneados más o menos por Marco Bruto y por Casio, inspirados por Cicerón, fue el cerebro intelectual de aquello, él mismo lo confesó, para asesinar a Julio César y evitar que fuera contra la democracia. Lo que pasa es que tristemente no sirvió de nada, porque luego los que le sucedieron siguieron con el Imperio Romano. Y a él le costó la vida, le cortaron la cabeza y las manos. Y lo expusieron públicamente.

Lógicamente yo me he apasionado con él, como me apasioné en su momento con Sócrates o con el capitán Ahab últimamente, no sé hacerlo de otra manera.  


 

Se mete en la piel de Cicerón, pero esta vez no va de romano…

Cuando se empezó a gestar el espectáculo y se incluyó ya a Ernesto Caballero, que consideramos que era la persona adecuada para escribir ese espectáculo que queríamos hacer y se unió al proyecto desde el principio, no es que yo pusiera una condición extrema, no pongo nunca condiciones en absoluto, pero sí es verdad que dije ‘oye, a mí no me gustaría tener que vestirme otra vez de túnica, yo ya me pasé dos años arrastrando túnicas blancas con Sócrates, a mí me gustaría hacer un espectáculo de hoy en día’.

No es un espectáculo de esos llamados “de antiguos”, no es un péplum histórico, es una función de hoy en día que transcurre hoy en día. Ernesto Caballero, como gran autor que es, ha encontrado un truco teatral que a mí me gusta llamar trampantojo teatral precioso, que es que tres personajes, sabemos que dos de ellos son estudiantes y el tercero es un señor que aparece por ahí, no sabemos quién es realmente, se encuentran en una biblioteca pública. Ya la escenografía es todo un homenaje a Cicerón, que decía que una casa sin libros es como un cuerpo sin alma y que defendió los libros a ultranza y la lectura. Por eso la escenografía y la acción transcurre en una biblioteca, en un escenario lleno de libros.

Esos tres personajes de hoy en día se encuentran en una biblioteca pública de hoy en día y de repente empiezan a hablar entre ellos y deciden, porque están los estudiantes haciendo un trabajo de final de carrera sobre la figura Cicerón, a mí me gusta contarlo así, asomarse al pozo de la Historia para ver qué se puede ver allí dentro, allí abajo y se van inclinando tanto hacia dentro, con tanto interés que sin darse cuenta se caen dentro del pozo y se encuentran metidos en la República romana sin darse cuenta. Durante toda la función están luchando por entrar y salir, por salir de esa república romana, de ese tiempo pasado, y volver al presente a comentar de manera muy objetiva aquello que acababan de vivir estando en el pasado.

Digamos que la función está hecha de un continuo ida y vuelta del pasado al presente, que ayuda muchísimo a leer, que es lo que pretende el espectáculo, la Historia pero sacando consecuencias para nosotros para hoy en día.

Ernesto Caballero ha encontrado una forma dramática muy divertida, estamos hablando de teatro contemporáneo, de teatro actual, que ocurre hoy en día y es un juego metateatral, podríamos hablar incluso de teatro dentro del teatro, que divierte mucho al espectador.


 

Mario Gas y José María Pou han vuelto a decirse sí, ahora con un texto de otro gran hombre de teatro como es Ernesto Caballero y junto a ustedes ahora Alejandro Bordanove y María Cirici. ¿El equipo es de primera división, no?

Sí, sí. Eso lo estrenamos con otros dos actores, con Miranda Gas, la hija de Mario, y con Bernat Quintana, con el yerno de Mario. Yo me metí de cabeza en una familia (risas). A finales de año Miranda se quedó embarazada y tenía que dejarlo forzosamente, los dos fueron papás y cuando reanudamos la gira después del confinamiento tenemos a dos actores estupendos, de las jóvenes generaciones de Cataluña. Cataluña es una cantera de jóvenes actores brutales. En este caso está Alejandro Bordanove, un chaval joven, de apenas 23 años, que ya estuvo conmigo en el espectáculo “Justícia”, que yo hice en el TNC, un espectáculo maravilloso que ojalá pudiera hacerlo en Madrid. Vi que era un actor fantástico y maravilloso, por eso está ahora aquí.

Realmente la función, no lo digo con falsa modestia, es una función de tres personajes. Yo encarno la figura de Cicerón, pero la responsabilidad en escena y el peso de la función lo llevamos repartido entre los tres.

Y María Cirici es una joven actriz fantástica, que además es emprendedora. Ella tiene su propia compañía desde hace años en Barcelona y que ha trabajado otras veces en el equipo de Mario Gas tan maravillosamente bien.

Es una compañía fantástica.


 

Para acabar, dice Cicerón: “No podemos cambiar el pasado, pero debemos prever el futuro”. ¿Son optimistas?

Me obligo a serlo por mucho que me cuesta un esfuerzo enorme. Yo he sido siempre optimista, debo decir, si yo no hubiera sido optimista no me hubiera metido en este oficio (risas) ni llevaría ya como llevo 52 años de teatro en este oficio sin parar ni un solo día y haciendo montones de cosas.

Soy optimista entre otras cosas porque este oficio me ha tratado muy bien, me ha regalado todo lo que soy en la vida. Yo he sido y me considero un privilegiado, he estado trabajando toda mi vida y puedo a estas alturas ofrecer un currículum muy serio y creo que respetable, pero siempre he sido optimista. Y ahora cara al futuro creo que también, creo que saldremos de esto. En definitiva, no debemos creernos el ombligo del mundo, no debemos creer que esto que nos está pasando ahora, por malo que sea, encima de la pandemia se nos ha unido esta Filomena, no debemos creernos que por tantas desgracias juntas digamos seamos el ombligo del mundo y eso nos haya pasado solo a nosotros, cosas como estas le ha pasado a la Humanidad, a nuestros padres, a nuestros abuelos, quizás nosotros, mi generación, la de la gente que hemos superado los 75 años de edad, no habíamos pasado nunca por algo así, ya no hablo de las generaciones jóvenes, y nos parece que eso sea terrible y que seamos los protagonistas de una zona negra de la Historia. No es verdad, cosas iguales o peores las han pasado nuestros abuelos o bisabuelos y aquí estamos nosotros.

Yo soy absolutamente optimista. Si en algo creo por encima de todo es en la capacidad enorme del ser humano en sociedad, colectivamente, de apoyarse unos a otros y salir de lo más terrible. Y soy optimista también sobre todo, y eso es fundamental, con respecto a nuestro gremio, a  nuestro oficio o a esto que se llama genéricamente el mundo de la cultura, en el mundo del teatro, que todos sabemos las enormes dificultades, fíjate, vamos a cumplir ya casi un año metidos en esto, la cantidad de gente que se ha quedado por el camino, que ya no volverá nunca más a la profesión, la cantidad de pequeñas productoras que no volverán a producir, porque les costará mucho levantar cabeza… Aún así, soy optimista en dos cosas: en que el público nunca podrá prescindir del teatro para la reflexión y en que los profesionales del teatro tampoco sabremos faltar a ese compromiso que uno se crea con el público en cuanto decide meterse en esto.

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