Revista teatros

En su segunda producción de un texto propio como director y autor desde que conduce la Fundación Teatro de La Abadía, Juan Mayorga ha querido tirar la casa por la ventana y ha reunido a dos bestias pardas: dos actores que aúnan tantos años de carrera como premios, talento, saber hacer, compromiso y humildad en el oficio. José Sacristán y Ana Marzoa son Héctor y Berna, un matrimonio sin hijos que han dedicado su vida a reunir una colección. Ahora, ancianos, buscan un heredero. Y ahí entran Susana, coleccionista, y Carlos, quizá un examinador, quizá una pieza de la colección, a los que dan vida Zaira Montes e Ignacio Jiménez. Con los cuatro hemos charlado sobre esta obra en cuya raíz están, además del valor de las palabras, el matrimonio, el paso del tiempo y la misteriosa relación entre las personas y los objetos. Por VANESSA RAMIRO. Fotos JAVIER NAVAL

¿Coleccionan algo o hay algún objeto al que le rindan especial pleitesía?

José Sacristán: Pleitesía total a mis álbumes de cromos de cuando era niño. Procuro ir haciendo acopio de los antiguos programas de cine, aunque no de una manera compulsiva u obsesiva. Pero, sobre todo, a mis álbumes de cromos de astros y estrellas de la pantalla.

Ana Marzoa: No he sido coleccionista, ni siquiera de jovencilla, pero con el tiempo vas teniendo una cantidad de objetos y, sobre todo, libros... Colecciono una gran biblioteca de libros y de recuerdos.

Zaira Montes: Los libros, como objetos en sí mismos, más allá de su contenido, es algo que me fascina. Por otro lado, guardo una colección heredada de fotografías y correspondencia desde principios del siglo XX de unos amigos italianos de mis abuelos, algo a lo que le tengo especial cuidado y cariño y a partir de lo que estoy trabajando desde hace años para poder contar su historia cómo merece.

Ignacio Jiménez: De adolescente coleccionaba discos y cintas de mis grupos favoritos. Aún, de vez en cuando, sigo ampliándola.

Es curiosa la relación que establecemos a veces con los objetos, ¿no?

José: Esos objetos son de un valor incalculable, era lo que alimentaba la fantasía del crío que quería ser artista de cine y no siempre había dinero para entrar al cine. Y el contacto que tenía con esa fantasía era a través de los cromos, los programas, los anuncios de las películas...

Ana: Los objetos, algunos de ellos, tienen vida, ¿no? Guardas cosas a lo mejor de tu infancia, una muñequita..., y está llena de vida, te trae muchísimas sensaciones.

Al hilo de esto, ¿cuál es la mejor herencia que les han dejados sus padres?

José: Su concepto del honor, del respeto, de lo que es ser una persona cabal. Es una herencia de un valor incalculable.

Ana: Me han dejado, sobre todo, el sentido de la honradez, de ser fiel a tus principios, un gran sentido de la libertad y una inquietud intelectual.

Zaira: Quizás suene a cliché, pero, sin duda, sus valores: la lealtad en las relaciones y, sobre todo, la enorme vitalidad de ambos, su capacidad de trabajo para encarar cualquier obstáculo y persistir en lo que se desea. También, en lo material, muchos objetos queridos, muchos cactus y un verdadero hogar cerca del mar.

Ignacio: La mejor herencia de mis padres no es tangible, es el tiempo compartido, las lecciones de vida y el amor incondicional.

¿Y esas herencias son siempre positivas o, a veces, suponen un peso?

José: En mi caso me ayuda. Todavía a mis 86 años me resulta imprescindible para seguir vivo. No soy un tipo que está todo el rato mirando para atrás, pero todo lo que supone la memoria, de dónde y de quién vengo, me reconforta, me ayuda y me satisface.

Ana: Es difícil querer estar siempre a la altura (risas). Tal cual la sociedad ha ido cambiando de una manera tan feroz en este siglo XXI, quizá ser heredera de esta conducta, de esta forma de vida, te deje un poco desconectada del rebaño.

Zaira:

Por ahora, en la balanza, gana lo bueno. Pero bien sabemos que, muchas veces, ciertas herencias suponen más un lastre que un colchón de seguridad. Espero saber discernir, llegado el momento, y actuar en consecuencia. Como se dice en esta obra “Una herencia no es un regalo. Impone obligaciones”.

Ignacio: Considero que si algo te hace bien o mal depende del apego que desarrolles sobre ello.

Hablamos de esto porque algo de todo eso sobrevuela en “La colección”...

Ana: Habla sobre una colección misteriosa, no se sabe bien qué objetos hay, de una pareja que entra en la vejez sin hijos. Y plantea el problema de encontrar un heredero para que todo eso perdure, perviva. Alrededor de eso gira la trama, de las ambiciones, de qué sentido tiene acumular o coleccionar cosas, de quién va a quedarse con ellas, de si tendrán más vida...

Ignacio: “La colección” son muchas cosas, entre ellas la que más me resuena son las elecciones que tomas en la vida, las apuestas que tomas para conseguir algo y los límites que puedes llegar a cruzar.  

Zaira: "La Colección" es una obra que tiene muchas lecturas. Se habla del legado, del paso del tiempo, de las palabras, de la ambición, pero también de la necesidad de pasarnos el testigo de unos a otros, custodiando algo “más grande que nosotros mismos” aunque eso suponga renunciar a lo que más amamos.

José: Somos un poco la consecuencia de lo que han sido otros, del testimonio que han dejado a lo largo de la historia, de objetos, no solo obras de arte, sonidos, luces, sombras, pensamientos, palabras... que se quedan por aquí. Y cuando desaparecemos, ¿dónde va a parar todo eso? ¿Quién recibe todo eso?

Háblennos de sus personajes.

José: Héctor es un personaje sensible, particularmente sensible a toda la creación, aunque él es incapaz de crear. Tiene esta cosa dolida y doliente de tener una facultad que es la que le tortura (risas). Juan es un autor formidable y crea un mundo de sugerencias, de propuestas, de distinto nivel de lectura, pero con la encarnadura de un ser vivo.

Ana: Berna es la que tiene los pies en la tierra, la que lleva la contabilidad, la que tiene contacto con la gente... Y, por otra parte, también es un ser sensible porque ellos eligen vivir en esa colección, en ella encuentran un sentido que no tiene el mundo de fuera. Ella es esta mezcla entre lo terrenal y un sentido más trascendente del arte, de las cosas más espirituales.

Zaira: Mi personaje es Susana, una joven coleccionista, madre y esposa, con una vida podríamos decir bastante “ordinaria” (a excepción de su pasión), por ello es invitada a casa de una prestigiosa pareja en el mundo del coleccionismo. Su ambición, su curiosidad, y lo que va descubriendo en este lugar y a través de los personajes que encarnan Sacristán y Marzoa, la llevan a un viaje de completa transformació.

Ignacio: Carlos es un personaje que se presenta un tanto enigmático, pero que tiene sus propias ambiciones. En la obra, la presencia de Susana como una posible heredera de la colección desencadenará en él la toma de una decisión que podría cambiar su vida.

Dice Mayorga: “Cuando uno escucha a José Sacristán o Ana Marzoa decir una frase, parece buena, aunque esté mal escrita”.

Ana: Es que Pepe Sacristán tiene una voz extraordinaria, tan hermosa, aparte de su talento. Nunca había trabajado con él y ha sido un auténtico regalo. En un momento en que estaba bastante apagada Mayorga y Sacristán me han dado muchísima luz. Zaida es una estupenda actriz. Y Nacho Jiménez... Y Ana Barceló, ayudante de dirección. Es un equipo de gente muy rico y entrañable.

José: (Risas). Celebro mucho coincidir con Ana. Es una actriz formidable. Y ahí están Zaira y Nacho. ¡Es cojonudo trabajar con gente joven! Después de cinco años con textos de Miguel Delibes, la pirueta de saltar a Mayorga es un ejercicio de lo más saludable, intelectual y físicamente.

Imagino que, para ustedes, Ignacio y Zaira, esto es un máster.

Zaira: Es un privilegio y, por ello, una responsabilidad. Trabajar con personas que llevan en esto (¡y de qué manera!) desde antes de que tú nacieras te puede llevar a dos cosas: o te bloqueas o te inspiras. En mi caso, trabajar con Ana o con Pepe me provoca impulso y placer. El riesgo que ellos toman, el “salvajismo” con el que se manejan en escena…lo único que hace es motivarte a subirte a esa ola. Viví algo parecido en dos largas giras, una con Héctor Alterio y otra con Concha Velasco. Son leyendas y de las leyendas uno, si es un poquito inteligente, sólo puede hacer una cosa: aprender.

Ignacio: El aplomo con el que trabajan es muy inspirador. Ver tan de cerca la forma de relacionarse con la repetición siempre aportando pequeños matices nuevos, desde el primer día al último, es una clase magistral.

¿Y cómo es el Juan Mayorga director?

José: Es tolerante, acepta sugerencias, es flexible y abierto al diálogo.

Ana: Es un ser sencillo, humilde, abierto siempre a sugerencias, generoso, francamente es una bellísima persona.

Zaira: Alguien con una gran capacidad de escucha, sabiendo liderar equipos desde un lugar profundamente respetuoso. Me he encontrado con un director que ha tenido que dialogar consigo mismo, con el autor, según lo que iba apareciendo en los ensayos y, en ese diálogo, he descubierto a un director firme y abierto prescindiendo de ciertas partes del texto muy tentadoras, a favor del montaje.

Ignacio: Me reencuentro con un director que, habiéndole conocido primero como dramaturgo en mi debut como actor en "El chico de la última fila" y en la que había estado presente en el proyecto reescribiendo partes, sigue manteniendo esa apertura constante en buscar siempre la mejor manera de contar la historia. Trasmite confianza, es generoso y sorprende por su humildad y sentido del humor. 

También es un lujo y un placer decir a Mayorga, ¿no? Porque en él las palabras siguen teniendo un valor importante...

José: Fíjate, vengo de Vargas Llosa, Miguel de Cervantes, Arthur Miller, David Mamet, Miguel Delibes y ahora Juan Mayorga. Transitar por los palabros que esta gente ordena es un lujo maravilloso.

Ana: Yo soy una enamorada del lenguaje, de las palabras, de la lectura, porque creo que eso es la libertad para el ser humano. Cuando empiezas a pervertir y a asesinar el lenguaje, indudablemente se va a matar la libertad de las personas y en el teatro de Juan siempre está presente como protagonista la palabra, la comunicación verbal. Y, claro, el paladar se llena.

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