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Lola Herera

Publicado el 01 de Septiembre de 2015

Lola Herera

Obra: En el estanque dorado

 Vivimos en una sociedd donde la vejez no tiene mucho sitio y eso me molesta

 Que es una de las grandes damas del teatro es una verdad que pocos se atreverían a desmentir. 80 años, 60 de oficio desde su debut profesional en “El campanero” de E. Wallace en el Teatro de la Comedia y tan espectacular como siempre. Dice que la suya ha sido una carrera desde abajo, llena de lucha y de un enorme esfuerzo personal. Una carrera en la que ha hecho cine, teatro, TV y doblaje y que está marcada, sin duda, por dos trabajos: la obra “Cinco horas con Mario” que interpretó durante diez años y la película “Función de noche”.

¿Cómo se logra esa complicidad en una pareja con dos actores que, sí, se admiran, pero no habían trabajado nunca juntos? ¿El mérito es repartido?

Yo creo que sí, que estas cosas cuando se producen no es mérito de nadie, es una situación que afortunadamente encaja con la experiencia de cada uno y con la generosidad de cada uno también. Eso es algo maravilloso que ocurre y que yo creo que el espectador se lo lleva.


 

Decía Héctor Alterio que la luna de miel entre vosotros sigue como el primer día…

Sí (risas). La compañía es una balsa de aceite.


 

Son casi dos años de gira ya. ¿Cómo se consigue eso en los tiempos que corren?

Tiene mucho encanto y da qué pensar. Se habla de cosas de las que normalmente no se habla como el paso del tiempo, de la enfermedad, de la muerte, de los problemas generacionales, pero sobre todo es que todo eso está hecho con una habilidad por parte del autor que de todo esto se habla y el público se ríe que se mata, se lo pasa muy bien, pasa de la carcajada a la emoción.


 

La gente no va a ir al teatro a ver la película que todos conocemos, ¿verdad? Es un poco diferente…

Es la misma historia pero en el texto teatral se profundizan más en algunas cosas, hay más humor y sobre todo es un directo, no tiene nada que ver con ver algo en una pantalla, es un medio distinto.


 

¿Quién es Ethel y cuál es el motor de su vida?

El motor de su vida es crear armonía (risas) entre la gente que quiere y con la gente que está. Con su familia con mucha más razón. Hay mucha complicidad en ese matrimonio, llevan toda una vida juntos, se aceptan como son, pero lo que a uno le falta a otro le sobra, hay un equilibrio ahí que es maravilloso y hay un entendimiento. Esta mujer hace posible que a pesar de todo y de todos los problemas que surgen con la hija de ambos a lo largo del tiempo hayan podido separar las cosas. Entre los dos trajeron una hija que es un problema de los dos, pero ella está con su marido porque es la pareja que eligió y con la que decidió pasar la vida. Eso se separa y la verdad es que yo creo que la mano de todo eso está en Ethel.


 

¿Con amor se combaten mejor el miedo y la vejez?

Yo creo que con amor se combate mejor todo (risas). Indudablemente. El poder apoyarse uno en otro debe ser fantástico. Yo lo he visto en mi casa, con mis padres, y ha sido maravilloso. Yo no he podido disfrutar de eso, más que en la ficción (risas), pero yo creo mucho en la pareja, que la pareja cuando se entiende y cuando se equilibra y cuando se cede y cuando hay generosidad, cuando se producen todas esas cosas en el tiempo yo creo que se convierten en una sola persona.


 

Hay una frase suya: “He sabido arrugarme”… ¿Qué le asusta de la vejez?

La vejez no me asusta nada. No me gusta vivir en un mundo donde la vejez se la margina, no se hace uso de ella, parece que la gente que es joven no va a llegar nunca a ser vieja. Hay como una falta de entendimiento, de comprensión con el paso del tiempo por parte de los más jóvenes. Siempre ha habido problemas generacionales pero de otro tipo. Ahora vivimos en una sociedad donde la vejez no tiene mucho sitio. Eso me molesta, pero ¿Asustarme? Trato de no asustarme del paso del tiempo, eso lo estoy consiguiendo muy bien. He ido adaptándome y sabiendo que estoy en el tobogán de bajada y que depende de cómo me agarre a los lados bajaré más deprisa o más despacio (risas).


 

¿Por qué no nos enseñan a morir?

Es una torpeza de las enseñanzas de la vida, porque eso debía de ser una cosa como muy asumida por todos. Yo creo que hay que enseñar la ética de una vida, que uno tiene que comportarse bien con el semejante y dejar a un lado lo de los cielos y los infiernos. Quien tenga fe y crea que hay un cielo, estupendo; quien no la tenga, que sepa que el final está donde esa persona decida. Esto no nos lo enseñan, lo que te enseñan es a aterrorizarte con la muerte.


 

Pasa el tiempo y Lola Herrera sigue estupenda y más elegante que nunca. ¿Qué hace falta para llegar a ser como Lola Herrera?

Yo tengo unos buenos genes y nada más. Luego cuido de mi persona, sigo viva, creo que es lo fundamental, estoy viva, con ganas de casi todo. Yo creo que eso es un motor que da muy buenos resultados, que te lleva lejos. Trato de estar en el mundo con todas las cosas que pasan, pero ir caminando. Yo no sé decirte más (risas). La genética es muy buena, sobre todo de la familia por parte de mi madre. Tengo una tía con 104 años y lee sin gafas, lo único que ha perdido es el oído, la cabeza la tiene en su sitio.


 

¿Qué veneno le sigue moviendo a seguir saliendo al escenario? He leído que su gran amor es el teatro. ¿Qué tiene?

Es una forma de vida. El teatro te obliga a vivir de otra manera, se empieza a trabajar a las siete de la tarde y pasas mucho tiempo fuera de tu casa cuando sales de gira y tienes que renunciar a una vida social y familiar normal, es distinta, configura tu forma de funcionar, tu carácter… Estoy formada para la vida que llevo y me encanta subirme al escenario, estoy bien, mi cabeza funciona, mi cuerpo funciona y mientras esté bien, me gusta, me apasiona el teatro y mi profesión, es la gasolina que mueve el motor de  mi vida. Y ahí estoy mientras pueda estar, no sé cuánto voy a durar, pero mientras pueda voy a estar ahí. Lo que me pille, que me pille andando.

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