Revista teatros

 Si bien ya lo hizo con “La verdad de las mentiras”, “Odiseo y Penélope” y “Las mil y una noches”, la cuarta aventura del Nobel peruano sobre las tablas marca un antes y un después en su periplo interpretativo. Arropado por su inseparable Aitana Sánchez-Gijón, charlamos con el genio literario acerca de esta nueva y excitante experiencia teatral.

Es la cuarta ver que se sube a un escenario y siempre ha sido de la mano de Aitana Sánchez-Gijón …

¡Y lo será siempre!

Si no fuera con ella, ¿seguiría subiendo?

Yo tengo mucha suerte porque, cuando montamos el primer espectáculo con Joan Ollé, que se llamaba “La verdad de las mentiras”, yo pensé inmediatamente que la pareja que me gustaría tener en ese escenario era Aitana Sánchez-Gijón, a la que no conocía personalmente. Había visto películas suyas, me parecía una magnífica actriz y me había impresionado mucho una entrevista que vi de ella por la manera en la que hablaba con tanta desenvoltura de literatura. ¡Después me enteré de que había estudiado literatura! Pero, aunque no lo hubiese sabido, me gustó las cosas inteligentes que decía, así que yo dije que sería una maravilla hacer un espectáculo de este tipo con una actriz que además de ser buena actriz, se mueve como por su casa. Y Aitana afortunadamente aceptó el proyecto, trabajamos con ella y fue una experiencia realmente muy bonita.

Ha sido una gran suerte para mí trabajar con una persona que no solo es una magnífica actriz, lindísima y tan buena compañera, muy generosa con mis deficiencias de artista, cómico y actor. Ella me ha ayudado mucho y me hace sentir menos inseguro en el escenario.

Hasta ahora y en teatro, solo había hecho lecturas. ¿Cómo asume este riesgo que conlleva dar el salto definitivo a las tablas, interpretando un personaje en escena?

¡Ha sido una decisión insensible! No una decisión pensada con plena lucidez. Empecé a hacer lecturas con este espectáculo, inspirado por otro montado en Italia. Me parecía muy bonito contar y leer cuentos en un escenario, y eso era lo que pensaba hacer. Pero ya en la primera reunión con Joan, me dijo con gran brutalidad: ¡Si hacemos eso el público entero se va a dormir, va a ser una cosa anestésica! Y fue así como empecé a contar y a representar los papeles de los cuentos. Fue una experiencia muy bonita, impagable, empezar a vivir la ficción en un escenario.  Fui acercándome cada vez más al trabajo de ser actor. Me he visto empujado poco a poco por lo interesante, arriesgado y novedoso que tenía esa aventura. Y que estaba íntimamente ligada a mi trabajo. Por eso digo que, para un escritor de ficción que se ha pasado la vida soñando historias, de pronto, convertirse en personaje de una historia, es una experiencia extraordinaria. Vivir la experiencia desde adentro, no solo inventarla y concebirla, sino vivirla.

¿Es más sencillo actuar que escribir?

Yo creo que la experiencia de un autor escribiendo y de un actor actuando algo en común tiene, pero hay una diferencia capital y es que el autor escribe en la intimidad, en la soledad, rodeado de sus fantasmas cuando escribe una ficción. Y es muy distinto actuar rodeado de un público. El teatro se parece mucho a la vida, es la vida, una forma de simulación de la vida que es la vida al mismo tiempo, y creo que escribir es algo muy distinto, es una especie de retiro a un espacio en el que uno toma distancia de la vida para poder inventarla mejor, para poder darle su propia personalidad, idiosincrasia y tiempo. Aparte, la libertad que tiene un escritor escribiendo es infinitamente más grande que la que tiene un actor representando un papel, que no desaparece, pero está confinada dentro de ciertas coordenadas del director, de una maquinaria, etc. Así que son experiencias más distintas que parecidas.

¿Nervios?

¡Terror, pánico, miedo! Me pregunto cada día si no ha sido una locura meterme en esto y, al mismo tiempo, es tan estimulante, es una experiencia tan novedosa y rejuvenecedora…. Yo creo que el actor vive una vida riquísima, múltiple, que vive muchas vidas. Todos los seres humanos tenemos esa aspiración, salir de nosotros mismos y ser otros, tener otras personalidades, encarnar otros destinos… Por eso existe la literatura. El autor materializa esa imposibilidad, la de salir de sí mismo, ser otro. Es una experiencia que está en la fuente misma, en la razón de ser de la literatura y del teatro.

¿Dónde coloca esta historia la posibilidad de salvación frente a la peste y la austeridad, si la coloca en la cultura, en la imaginación en la fantasía…?

Por supuesto la cultura en general es un arma extraordinaria para defendernos ante la adversidad. Creo que por eso nació la ficción. Yo creo que nuestros ancestros, ahí, en la caverna primitiva, empezaron a contarse cuentos e historias para explicarse un mundo que era absolutamente incomprensible para ellos. Las ficciones, de alguna manera, los desagraviaba de esa inseguridad atroz que tenían frente a las fieras, los enemigos. Vivir en esa fraternidad de compartir experiencias, de alguna manera, les defendía de esa precariedad atroz que era la vida.

Yo creo que es lo que ocurre cada vez que leemos novelas, o vemos obras de teatro y películas: ese mundo de ficción que enriquece nuestro mundo está siempre por debajo del mundo que somos capaces de imaginar  a través de la fantasía, los deseos, los apetitos. Creo que todos quisiéramos tener más vidas de las que tenemos, ser otros y, la ficción nos da eso, esas otras vidas que no tenemos. Eso nos enriquece extraordinariamente y nos arma para defendernos mejor contra la adversidad. Un pueblo culto e impregnado de ficciones es más difícil de manipular que otro. El espíritu crítico nace precisamente de vivir en la fantasía. Nosotros no seríamos tan críticos del mundo tal y como es si no fuéramos capaces de inventar mundos mejores que éste, esos que conocemos a través de las ficciones. Eso nos hace muy críticos y muy exigentes de transformaciones y cambios. Y esa es la razón por la que todas las dictaduras de la historia, sin excepción, ya fueran ideológicas, religiosas o militares, siempre han tratado de censurar la ficción, siempre han creado sistemas de control de ese mecanismo en el que ven un peligro: el mecanismo de inventar historias. ¡Y con mucha razón! Yo creo que un pueblo impregnado de ficciones es un pueblo muy díscolo, uno en el que hay una rebeldía natural frente a toda manipulación, frente a todos los poderes que quieran convencernos de que el mundo está bien hecho

Así que sí, creo que la ficción en particular y la cultura en general es un arma extraordinaria para defendernos  contra todo tipo de servidumbres.

¿Cuál es su intención con estos “Cuentos de la peste”

Contar una historia de la manera más persuasiva  y convincente posible. Ahora bien, se tocan temas problemáticos sin duda como la relación de las parejas, el amor, qué características tiene el amor en cada caso… Hay una relación sadomasoquista entre el personaje de Ugolino y su creación, que es la Condesa de la Santa Croce, de qué forma la violencia forma parte de la relación amorosa: ¿está excluida?, ¿está implícita?, ¿hasta qué punto el amor defiende a las personas contra la infelicidad y la desgracia? O ¿Más bien es una fuente de infelicidad? Todos esos temas que forman parte de la experiencia y que forman parte de estas historias pueden tener una lectura problemática, pero no ha sido mi intención dar ningún tipo de interpretación a estos problemas que aparecen en las historias. Creo que no es la función de un autor.

¿Tiene miedo a la crítica hacia Mario Vargas Llosa como autor?

No es algo que tenga presente ahora. Ahora estoy concentrado en este trabajo con mucha seguridad. Una de las varias inseguridades es la de la memoria: ¡olvidar una palabra puede ser catastrófico, puede destruir toda una frase! Hay una necesidad de improvisar muy rápidamente para sustituir la palabra olvidada. Eso y recordar las instrucciones del director, no desentonar con el trabajo de mis compañeros en el escenario y, desde luego, la enorme inquietud de lo que podría ser defraudar a los espectadores.